Pablo Neruda: La palabra

"…Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras… Las inesperadas… Las que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen…" de Pablo Neruda: LA PALABRA

31 jul 2014

INESPERADO CONTRATIEMPO fOTO-TEXTO

*La foto es de Jasdg de Sonymage y está mencionada para este mes.

 * nota del autor del texto: no la subo a mayor tamaño, porque corro el riesgo de no escribir nada. Es que la foto está de puta madre, y la morocha...,mejor ni hablamos ;)  ;

El 125 de la empresa de ómnibus que pasa por la esquina de casa, y me lleva hasta una cuadra de mi trabajo, tiene para mí dos inconvenientes que de alguna manera me hacen sufrir cotidianamente, de lunes a sábado.
El primero de ellos es que es absolutamente errática la hora en la que aparece. A veces con la frecuencia de cada quince minutos, y otros días puede pasar  a los diez, o a los veinte minutos del anterior. Eso me trae muchos problemas, resumidos en uno sólo: el del café con leche matutino. Y sí, me he tenido que comprar uno de esos termos de un cuarto de litro, para poder ponerlo dentro de él, dirigirme a la parada, y disfrutar ¿? del desayuno mientras espero al impuntual chofer, que por otra parte sería beneficiario de ese título si al menos manejase con cierta prudencia, cosa que casi nunca hace (ese sería un tercer problema, pero lo comparto con mas de cincuenta personas) .
Y ése es realmente el segundo problema. El costo de llegar por mis propios medios al trabajo, desestabilizaría seguramente mi presupuesto mensual, lujo que no me puedo permitir. Por eso todas las mañanas estoy en esa misma parada, ridículamente aferrado a mi termito, y tomando mi desayuno como si fuera un niño al que la madre no lo deja subir al transporte escolar en ayunas. Debo reconocer que no he podido deshacerme de una verguenza que oculto con cara de póquer, pero que está ahí, y me incomoda.  Pero ése no era el punto, sino las cincuenta personas ( sí, creo que son personas) que me apretan día a día, a veces unas, a veces otras, y que a la vez se sienten invariablemente apretadas ellas, con lo que no tenemos posibilidades de ser muy amigables a pesar de ser ya bastante conocidos.
De ahí surgen dos daños colaterales, como se acostumbra a decir: nunca consigo asiento para viajar cómodo, y jamás llego a la oficina con el saco en condiciones.  Siempre queda arrugado por el viaje, el pobre.
Sí, por esa razón siempre llevo un mismo saco, motivo por el cual me he comprado dos trajes exactamente iguales, y los voy rotando conforme los voy arrugando.  A veces me pongo el pantalón de uno, con el saco del otro, y viceversa. Por suerte no se nota que se diferencian en un talle, cosa que sucede pues no soy muy prolijo con mi dieta, y eso lo compensa bastante bien. Siempre admiten dos o tres kilos en más o en menos. Eso sí, el cinto lo paso indistintamente de un pantalón al otro.
Un tercer problema asociado a esto que relato, es que soy casado, no vivo solo. Y ella, es cariñosa, comprensiva y muy solícita.
Y yo tenía que haber sido aún más cuidadoso con eso de trocar sacos y pantalones. A ver si explico mejor la cosa.  Como era de esperar, pues la rutina necesita de cierta metodología, todos los días, y cinco veces a la semana-a la noche- quito todo de los bolsillos, lo dejo en mi mesita de luz, pronto para redisponerlo en el saco o en el pantalón al que le toque en suerte acompañarme esa mañana a la parada del maldito ómnibus.
Bueno, todo, pero todo, creí esa noche que había (yo) sacado del saco, pero no había sido asi, lamentablemente.  Desafortunadamente, como tenía que ser, algo dejé en el saco que se quedaría en casa, y algo hizo que no me percatara.
Y lo que nunca, pero nunca hace Marita-mi señora- es meterse con mi ropa del trabajo.  Pero era (¿tenia que ser? ) mi cumpleaños, y ella sintió que alguna cosa había que hacer para que fuese un día diferente, mismo.
¿Y qué hizo? Pues lo insospechado, hizo. Lo que sólo Murphy pudiera haber imaginado.  Solícita, como les conté que era, mandó a la tintorería, a planchar y demás, las dos prendas que quedaban ése día en el despojador, y que sólo yo uso. ¿Y porqué ? Pues porque tenía que suceder de esa maldita manera, y no de otra. Estaba escrito, dicen.
Nada hizo que no se diera cuenta del involuntario olvido.  Nada hizo -prolija y previsora como sabe ser -que no revisara todos y cada uno de los bolsillos antes de enviarlo al servicio de lavandería. 
¿Y qué había yo dejado en el saco, más precisamente en el bolsillo chico del lado de adentro, ése que también tiene un botón que asegura lo guardado, a la altura más o menos del bolsillo grande que queda por fuera? Mi cartera había dejado, o billetera, como quieran llamarla. The facking wallet, para ser más preciso. Será por las películas de la tele, pero puteo a veces con más énfasis, si lo digo en inglés, aunque no sé cómo se escribe, realmente. Además de resultar más educado, pues no todo el mundo lo entiende grosero, hasta divertido suena.
¿Y que había dentro de la olvidada cartera? Esa fotito ( attenti al diminutivo) cómplice, sabedora de tantos monentos de solitaria pasión; motivo de orgullo mentiroso con mis compañeros de oficina, y porqué no- confieso- también cómplice a la hora de erotizarme lo suficiente, como para que, ante furtivas miradas en el colectivo de regreso a casa, estuviese dispuesto de antemano, a una sesión de sexo con la patrona.
Y palpé el conocido costado y nada. No estaba donde debía de estar. De modo que no sólo no iba a haber sexo esa noche, sino que si Marita, por esas cosas de la vida, la encontraba, lo más probable es que me cortara los víveres, y con ellos las bolas, además. Dije que era comprensiva, pero todo tiene su límite.
Y tal cual, como rezaba que no sucediese. Rezar no sirve de un carajo, siempre lo sospeché, al menos para estos casos. La encontró y la abrió. Y la vió a la morocha, y me deseó la muerte, o una esterilización rápida y sin anestesia, que para el caso es lo mismo. Y compartimos la culpa el fotógrafo y yo. Compañeros de tantas alegrías, y ahora compañeros en el infortunio. Y dos cosas pasaron ésta vez como daños colaterales: no tengo más la foto, y no dispongo nunca más dos trajes para poder intercambiarlos a la hora de tener que ir a arrugarlos al maldito ómnibus.
A la Marita la sosegué. Tarde, pero la sosegué. Dije que era una broma de los muchachos de la oficina, un día que supieron era fecha de aniversario nuestro de casados, y me la pusieron en la billetera; y segundo, para comprobar mi hombría,pues cada tanto me pedían que se las mostrara sólo para comprobar que todavía aguantaba el desafío. ¿Viste cómo son los hombres? le dije, tratando de traerla para mi mitad de la cancha.
Bueno, cierto éxito tuve y la cosa pasó.
Ahora estoy abocado a conseguir de algún modo el teléfono del fotógrafo, y solicitarle me haga una copia y me la mande a la oficina, donde la guardaré bajo llave. 
Por los muchachos solamente, le explicaba a mi mujer.... ¿Entendés Marita? Te lo juro, mientras juraba para mis adentros, que al fotógrafo ese lo iba a hallar de todas maneras. Eso sí, de todas, pero esa morocha tenía que volver.
Nunca tuve tan así a una mujer, metida en un bolsillo, ni en fotos, como decimos con los muchachos en la oficina.
Bernie.

No hay comentarios: