Pablo Neruda: La palabra

"…Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras… Las inesperadas… Las que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen…" de Pablo Neruda: LA PALABRA

26 jul 2014

CENIZAS III ( A VER AHORA....)



*Es difícil - a veces- la tarea de comunicar una idea, y si es por escrito aún más, porque enmiendas, correcciones, separatas explicativas, más que aclarar , oscurecen. Por ese motivo, reescribí desde el vamos al original, de modo que poco o nada queda ya de su estructura. Pero queda la idea ( lo de la urna), y eso es para mí lo importante. Ahora lo redacté en tercena persona, con un relator, para facilitar el relato,  despersonalizarlo, y evitar confusiones. Espero les guste, y aprecien las modificaciones. Se agradecen los comentarios, tanto a favor, como en contra.

                                                       CENIZAS
A diferencia de mucha gente nunca le asustaron, ni fueron tabú las cosas o los temas relacionados con la muerte. En su casa materna siempre se habló de “cosas naturales”, y ésta era una de ellas. Ni tampoco, hay que decir lo que hay que decir, por eso uno anda por ahí todo el día hablando de difuntos y temas por el estilo. Sólo que se tomaban con sencillez y sabiduría humana, y sin ningún tipo de pacatería.
Por ejemplo, si había que ir a la reducción de algún familiar, se iba en familia, y llevaban a los menores con ellos -Tomás incluido - a pesar de su corta edad. Sin duda que el modo en que lo criaron, o mejor dicho lo educaron, lo formó ajeno a supersticiones o prejuicios.
Así fue, que llevó la vida normal de cada chico, en cada etapa, conforme crecía.
Pero claro, algunas cosas que iban con él, no la iban con sus compañeros de juego o de andanzas, que habían sido criados de otro modo. Y así fue, que llegando a la difícil edad de la pre-adolescencia, y estamos hablando de los diez u once años, uno de los asuntos que más ocupaban a su “banda” de amigos era el tema de los cigarrillos, y las distintas formas de fumar a escondidas y no ser descubiertos. Así que cada uno lo hacía como mejor le parecía o antojaba.
Y en eso sí que Tomás mostró no sólo diferencias notables con sus compinches, sino una imaginación muy singular. Sucede que como muchos, y para que aprendiese desde chico el valor del dinero, su padre le entregaba todos los domingos su semanada. Una cantidad chica,   -pero suficiente- de dinero, para golosinas, un helado, una entrada al cine, o para comprarse alguna revista de su interés. Mas Tomás gastaba poco, y lo ahorraba casi todo.
Tenía bastante dinero y podía comprarse alguna cosa distinta, y además no era un problema si costaba más.
El ómnibus que lo traía de sus clases de inglés pasaba por el cementerio, y había de la vereda de enfrente varios puestos de venta de flores y artículos afines como floreros, lápidas de mármol, chapitas de bronce, etc. Un día se le ocurrió en donde guardar las cenizas y las colillas de los cigarrillos que a escondidas fumaba en su casa,  aprovechando la ausencia de los padres.
Se bajó del ómnibus en la parada del cementerio, y anduvo preguntando en esos comercios por una urna, y tuvo la suerte de encontrar una bastante vistosa, sólida, con buen cierre de tapa y a la altura de sus posibilidades económicas. Y la compró.
No era habitual que un chico de esa edad adquiriese ese tipo de artículos, pero como les contaba, en ese tema, Tomás no era el promedio ni mucho menos.
Y se la llevó a la casa, y la puso en su biblioteca, arriba del escritorio, y así, a la vista, la madre sólo creería que a Tomás le gustó, y que probablemente lo hubiese confundido con un florero y le dejaría tenerlo sin hacerle muchas preguntas.
Los únicos asombrados realmente eran sus amigos, que a la urna le llamaban el “cenicero macabro”, por lo que guardaba dentro.
Siempre fuimos amigos, y nos criamos en el mismo barrio, de modo que yo supe todo de él y él todo de lo mío. Urna incluida.
El tema del cigarrillo siempre le acompañó, pues fue hasta avanzada edad un fumador empedernido. Y supe que a la urna la llevó siempre con él donde fuera. Cada tanto la aligeraba de puchos, y sólo le compactaba las cenizas para hacer lugar para las nuevas.
Hace unos días nos despedimos para siempre de él, y después del entierro en casa del notario se leyó su testamento, pues haciendo gala de haber sido toda la vida ahorrativo, había consolidado una sólida posición económica, y había bastante para repartir,
Lo interesante de su última voluntad, era que pedía, en un apartado, que se vaciara la urna, se la limpiara bien de bien, pues ya no pensaba fumar, y que se pusieran dentro de ella sus cenizas, que después de todo era para lo que la había comprado.
Bernie

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