El hombre casi pelado, morocho, de gesto sombrío,
se incorpora levemente de su posición habitual en la cama, y apaga uno más de
los cuantiosos cigarrillos fumados ya en esa mañana. En esa atmósfera del
cuarto, no sé cómo podía ver a través de los gruesos lentes de oscuro y grueso
armazón, que le facilitaban la tarea de escribir, que era sin lugar a dudas lo
que le apasionaba, y de lo que vivía, es justo
decir.
Muchos vivían de eso que él escribía, en el
sentido de que él los hacía vivir cuando lo leían, porque era muy bueno en lo
que hacía. Se llamaba Juan Carlos Onetti y lo intento (debo) homenajear
reescribiendo “Cenizas”.
De adolescente, iba yo a la casa de su dilecto
amigo Fausto Lacoste, que también fumaba, escribía, y de su esposa a la que también siempre se la veía con un pucho en la mano. Eran los
padres de mi compañera de clase, Mónica.
Es cierto que geografía más o menos, todos de
chicos fumamos alguna vez a hurtadillas, en uno más de los intentos de
parecernos a los mayores, o por no pasar vergüenza frente a los aventureros de
nuestra edad. Lo de las marcas no es relevante, pero…,¿cómo hacerlo sin
mencionarlas? No lo supe.
Poner las cenizas en una urna es como una metáfora
de humor negro, que se me ocurrió protagonizando una anécdota. Y luego, el
cuento.
Dos compañeros de Sonymage lo leyeron, y pensaron
que yo estaba diciendo de mis dificultades para dejar de fumar, y me alentaron
en la supuesta misión. Estaba claro que no lo había logrado en la primera
edición. Haré una segunda edición y veremos qué
pasa.
¿Y saben lo qué?...no lo reescribo nada. Me banco
el fracaso inicial, así me fortalezco, y ojalá, ¿quién sabe?, escriba aquello a
lo que no le tenga que cambiar ni una coma.
Y no se consuela quién no quiere, y no seré la
excepción, pensando que Onetti y yo nos parecemos, pues seguramente él también
alguna vez habrá fumado palitos de hinojo. Bernie
No hay comentarios:
Publicar un comentario