Pablo Neruda: La palabra

"…Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras… Las inesperadas… Las que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen…" de Pablo Neruda: LA PALABRA

17 mar 2013

DE BUENA FAMILIA ( RELATO )

"...aquél que rizó por siempre su cabeza amarilla " Nicolás Guillén

                                  DE BUENA FAMILIA

El hombre, joven aún, sólo manejaba su aquí, su ahora, y su vida en Polonia. A sus veintitantos años, casado ya, y con dos hijos a cargo, era el marido de una linda y fuerte mujer de origen alemán , judía como él, y que sin ser religiosa, honraba el sábado y llevaba una casa kosher tal como se había comprometido con Itzjak el día de su matrimonio.
Isaac, como le conocí -y acorde con su tranquilo modo de ser- se había levantado ese día con tiempo suficiente para los rezos matutinos, y después de atravesar la pesada puerta de madera que comunicaba la casa con el exterior, tocó y besó la mezuzá, se encasquetó el sombrero de fieltro, subió el cuello del grueso abrigo, y comenzó a caminar sobre la nieve en dirección a su trabajo.
Ignoraba aún, que de su sangre se podían ya extraer las semillas de varias generaciones que le conocieran luego como “ el abuelo Isaac”.
Y ya lo era, de hecho, aún sin saberlo todavía.
Tal cual, pues los cuentos que yo escuchaba de chico, no hablaban de ese joven que caminaba por la nieve, sino que lo hacían sobre mi abuelo, al que yo solamente conocía como un viejo no muy alto, casi pelado, con gruesos lentes, grandes orejas con algunos pelos, nariz abultada y de ancho respetable, casi siempre de buen humor, ya viudo, y alojado en un departamento en el que vivía solo, y del que se mudara (hasta el día de su muerte) a la casa de su hijo menor- Oswald- a quien todos conocíamos como “el tío Oscar ”.
La crisis del 30 y el destino, empujaron al abuelo treintañero a dejar en Polonia a su mujer Genta ( que apenas conocí) y a sus dos hijos- Natan y Oswald - hasta poder juntar los dineros necesarios para enviarles los billetes para venir en barco hasta América del Sur, y recalar finalmente en Uruguay.
Fiel reflejo de la realidad y muy conmovedora, es la fotografía del pasaporte de la abuela, para la que posó con ellos dos, de 7 y 9 años respectivamente, y que todavía conserva la familia.
El abuelo enfrentó, como todos los emigrantes, las dificultades del idioma español - sólo hablaba polaco e idish-, y a sus setenta años, cuando yo tenía once, falleció hablando aquél idioma originalmente desconocido para él, fluidamente, y sin acento alguno.
Entre mis abuelos hablaban en idish, y con los hijos algo de polaco, seguramente. Mas con el pasar de los años, al menos en el caso de mi padre, sólo el idish quedó en el recuerdo, y el polaco desapareció de la vida cotidiana. También hablaba mi padre un poco de alemán, que pudo aprender de mi abuela, claro.
Lo curioso es que un idioma se olvida, pero no desaparece, aún después de muchos años de no hablarlo, ni escucharlo.
Cierta tarde, en una función de cine polaco, a la que asistía a sus sesenta años, mi padre me contó - conmovido y a la vez sorprendido - que al comenzar la película él tenía que leer los subtítulos en castellano , pero descubrió un rato después, que ya no leía mas y que entendía todo lo que allí se hablaba.
Los años pasaron, los dos hermanos adquirieron costumbres y gustos locales , y el cordón umbilical que los relacionara con su niñez polaco-americana se fue desvaneciendo y se integraron completamente a esa nueva generación de uruguayos hijos de emigrantes europeos.
En su casa paterna ( materna mejor ) se comía comida de judíos europeos y la madre les preparaba la merienda para ir al colegio con pan de cebolla hecho por ella, y algún fiambre de pecho cruzado ( brust ), corte vacuno, nunca de cerdo. Lo cómico es que mi padre lo canjeaba con un compañero de clase por un chorizo al pan, y los dos chicos quedaban de lo mas contentos con el canje, según me contó. Oscar y Moris ( que así se hacía llamar mi papá) fallecieron ya, y la Polonia natal ha quedado sumergida totalmente en el olvido, salvo, creo, por la especial apetencia que siempre tuve por la papa. El resto de los gustos criollos me vinieron seguramente de la mano de mi madre, que ya tenía alguna generación de judíos argentinos por detrás.
Pero volviendo a mi abuelo paterno ( el materno falleció teniendo yo apenas año y medio ), siempre tuve con él una linda relación. Se sustentaba- mas allá de que él era mi abuelo y yo su nieto- en el hecho de que cuando venía a la casa, todo lo que se había roto o descompuesto era acomodado, arreglado y puesto en circulación, gracias a sus habilidosas manos, y hasta que se iba, yo le hacía de asistente (él se ocupaba de darme tareas sencillas) y no me movía de su lado mirándolo hacer. Trabajábamos juntos….. o eso me hacía creer. Era delicado y meticuloso, y recuerdo que acompañaba con un silbidito sin melodía sus manualidades. Todavía conservo en nuestra biblioteca los libros prolijamente reencuadernados por él, y el imperecedero recuerdo de nuestro café con leche de la tarde, con el que me enseñó a mojar el pan cortado en tiras, untado con manteca y espolvoreado con azúcar.
Era un hombre metódico e instruido, y tal vez por eso, fue designado para la tarea de correo militar en la guerra del 17, y luego, al finalizar ( la guerra ) haría de tenedor de libros, hasta poco tiempo antes de emigrar.
Recuerdo que había en mi casa una caja de madera en la que mi madre guardaba las fotos de familia. Allí encontré un día la de un hombre en traje militar, postura orgullosa, con el casco prusiano terminado en afilada punta y gesto sonriente.
Ese también era el abuelo Isaac.
Por los cuentos familiares supe que en Uruguay, el abuelo y la abuela juntos, trabajaban reparando bolsas de arpillera que adquirían rotas, agujereadas, y las vendían como de segunda, y así fueron haciendo entre otros malabares, algún pesito para poder progresar económicamente. Instalaron con los años, una pequeña embotelladora de gaseosas a bolita y sifones, que les permitió mandar sus hijos a estudiar, y comprarse un viejo camión de reparto con el que además los domingos salían de paseo en familia.
También supe que un desgraciado día, dando marcha atrás, mató mi abuelo a un niño, y tras algunos meses de cárcel, perdió todo lo que tenía, y ganó una tristeza que ya no lo dejaría nunca más.
Un día que me tocaba limpiar la grasera de la cocina ( por lo que mi madre me daba en recompensa alguna moneda) hallé un viejo sifón de la fabriquita del abuelo, elaborado con grueso vidrio y sólido cabezal de metal gris. Tal vez para mis padres no tuviese en ese momento mucha importancia, pero para mí, un chiquilín de 7 u 8 años, encontrar en la cocina y perdido en el fondo de un placard, un sifón en el que en relieve aparecían la inicial y el apellido de mi abuelo, constituyó una agradable sorpresa y sentí -recuerdo- una sensación de orgullo muy especial. Muchos años después, en la ciudad de San Carlos, en Maldonado, donde también viví unos años, me enteré que un ejemplar de un sifón como ése, estaba conservado en un museo zonal, destinado a mantener viva en el recuerdo aquella etapa de su vida.
Por lo demás, el contacto cotidiano con el “ zeide” - que así se dice abuelo en idish- y el anecdotario que de allí surgía, fue disfrutado sólo en la casa de mi tío, y casi nada supe de todo eso.
Al abuelo ya lo veía muy poco.
Hoy, que me he ganado- también- el título de “el abuelo”, quisiera no equivocarme al imaginar a mi nieta Valentina, (tataranieta del viejo Isaac), caminando algún día- ya adolescente - en compañía de alguna amiga; entrando a un cine en donde se está por exhibir un festival de cine polaco, y comentando con las entradas en la mano: vení, entrá conmigo, no sé si te va a gustar, pero lo que es a mí- y no sé porqué - siempre me atrapó el cine europeo.
Bernie5422

5 mar 2013

RECUERDOS DE FAMILIA

No me senté en el sillón, en realidad me dejé caer en él. Estaba disfrutando la olvidada sensación de poder quedarme así y allí, en mi sillón favorito. Todos tienen alguno, o al menos eso creo.
Comprendido entre conocidos y contenedores apoyabrazos, con las piernas extendidas y los talones apoyados en la mesa baja que siempre estaba ahí, frente a la biblioteca, la lámpara de pie prendida a un costado, sentía  por sobre todas las cosas el silencio. Aquel silencio que apareció de golpe inundándolo todo.
Es que se fueron. Así como bulliciosos, y entremezclando saludos con valijas, bolsos y demás menesteres se instalaron, así, del mismo modo, se fueron, y la casa quedó muda, amplia, desolada casi, en paz.
No supe cuánto tiempo- ni había llevado la cuenta- que los espacios no eran míos, que las horas tampoco lo eran, y que yo no me administraba los silencios. Se compartía el compartir, y más que todos para uno, era uno para todos, pero así debía de ser, sin perder el sentido de familia, el afecto por el grupo, y la constante tarea ( que todos emprendíamos cada día) de andar con pie de plomo para conservar intacta la convivencia, tal lo planeado y pensado ya desde el verano pasado.
Lo bueno es que la casa lo permitía. En algunos aspectos era mas que amplia, y en otros, daba a duras penas algunas de las comodidades a las que todos estaban acostumbrados a disfrutar el resto del año en sus respectivas viviendas. Pero también, se producían como compartimientos estancos de los que se adueñaban sin previo aviso, y un día algunos estaban horas en el comedor, mientras otros se las pasaban en el jardín, junto a la piscina, o tele mediante, no salían del cuarto para nada. Alguna lógica, furtiva visita a la heladera y al microondas, iba acompañada por un casi inaudible "hola, viejo" que invariablemente respondía a mi saludo previo y el consabido ¿ qué tal ? durmieron bien? o algo por el estilo.
No lo podía yo tomar como malaeducación o, peor aún, como si yo no estuviese ahí. Era mas bien, la clara demostración de que a su manera, cada uno se sentía dueño de casa y era lo mismo si yo estaba en su radio visual, o no lo estaba.
Así, tanto así, que a veces terminaba yo el " bien, gracias" sin haber escuchado claramente la respuesta,  y así quedaban la cosas, con ganas de seguir hablando. Bueno, yo con las ganas, no sé ellos.
Y bien....¿ acaso hubiese sido mejor pasar ese tiempo solo ? . De modo alguno, y no tengo dudas . Se puede estar solo y acompañado a la vez, hay que saber hacerlo. Recuerdo muy a propósito una vez en que conversando con mi madre, ella se quejaba de que era una mujer sola, y yo, minimizando la cosa, le retrucaba que en realidad era viuda, no sola. Nunca supe si la había convencido realmente.
Vivir solo es una circunstancia, que depende de los avatares de la vida, en cambio, sentirse solo es una emoción interna contra la que pienso que hay que luchar, y eso hice con mis hijos todo este tiempo.
Ahora, apoltronado y pensando en ello, no puedo dejar de recordar mis tiempos mozos. No sé si hubiese tenido la valentía de pasar largo tiempo con mis padres, y menos de tener la audacia de atreverme a hacerlo con mi mujer e hijos. No, seguro que no, por alguna razón eso nunca pasó. En cambio ellos vienen todos los fines de año.Sí, recuerdo claramente aquella mañana en que la mesa del comedor estaba especialmente llena de platos y vasos, saldos de la cena de fin de año, y nada hacía parecer  que otro sino yo, estuviese predestinado a acomodarla. El resto de la familia dormía y comencé el día abriendo los postigones para dejar entrar el tibio sol de la mañ......ana.... y así, un brazo cayendo por el costado del sillón, la cariñosa manta a grandes cuadros cubriéndole las rodillas; a su lado una mesita con una taza a la que le quedaban todavía algunos sorbos por tomar, y entreabierta la ventana que daba al jardín, la duermevela se fué lentamente transformando en cómoda y placentera siesta.
Largo rato estuvo así, hasta que los ruidos que provenían de la cocina y del comedor le recordaron que estaban en preparativos para la festichola de la noche.
 El viejo se incorporó, se acomodó la bata de franela y guardó en el amplio bolsillo la foto de aquella noche de diciembre en familia, que todavía sostenía con su mano. Echó una nostálgica mirada al sillón de los recuerdos y rumbo al baño, comenzó a andar. Soy viudo, pensó, viudo, pero no solo.

                                                                                              Bernie.