Pablo Neruda: La palabra

"…Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras… Las inesperadas… Las que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen…" de Pablo Neruda: LA PALABRA

24 jul 2014

CENIZAS

Yo tenía once años, tal vez diez, cuando probé por primera vez, de fumar uno. En realidad no era un cigarrillo propiamente dicho, sino que consistía en un tallo seco de una planta que crecía en un terreno baldío, a la vuelta de mi casa. Le llamábamos hinojo, y tenía la particularidad de ser hueco, lo que hacía posible que cuando le encendíamos la punta, nos permitía inhalar a través de ese canal, y resultaba lo más parecido a un cigarrillo.
La otra experiencia, algo más sofisticada, era secar barba de choclo y con la propia chala, armar un cigarrillo, o bien, usar una hojilla de papel para armar cigarrillos de verdad, pero rellenarla con los “pelitos” del choclo, de ahí su nombre popular.
A partir de esa época,y con intervalos más o menos cortos, o largos, según se mire, se me ha pasado la vida fumando, o me he pasado fumando toda la vida.
Ya cerca de los trece años, la cosa se puso más formal, y entre varios compañeros de clase, comprábamos una cajetilla y cada tanto prendíamos uno de los cigarrillos, del que algunos sabían tragar el humo, y los más, entre los que me encontraba yo, no sólo no lo hacían, sino que a poco de empezar, ya estaban mareados.
Pero como todo llega en ésta vida, un día supe cómo hacerlo, y pasé de grado, se podría decir.
Había a nuestra disposición, o mejor dicho al alcance de nuestro bolsillo, dos marcas nacionales: una se llamaba Oxi bithué, y la otra Exeter. No recuerdo si antes o después, apareció Plymouth, que era de tabaco rubio, igual que el Exeter, y barato también.
El oxi bithué fino, llamado así por su grosor, no por su calidad, se había ganado el vulgar apodo de “pijita de gato”, y estaba fabricado con hebras de tabaco negro. Años más tarde ya pasé a paquetes de cigarrillos con más personalidad. Tal el caso de La Paz suave y Republicana, que se decía eran los más “fuertes” del mercado local.
De esos, fumé varios años. Después, tuve una etapa larga de cigarrillos rubios, y le copiaba seguramente a mi padre, que se fumaba hasta tres atados por día de Master, que en esa época sólo se fabricaban sin filtro.
Hasta mis diecisiete años, todo esto se realizaba a escondidas de los padres, que fumadores o no, no nos permitían hacerlo aún. Para ese entonces, mis mayores ya sabían de mis fumadas, pero no era tema que se hablaba, como para obtener un franco permiso. Fue por esa época, en que me compré aquél cenicero con tapa, en donde no sólo guardaba las cenizas, sino que también allí conservaba las colillas, y todo ello aprovechando la ausencia de mis padres, y en mi propia casa. Por fortuna, mi cuarto era mi santuario, y a pesar de no estar nunca cerrado con llave, yo tenía la tranquilidad que nadie iría a husmear entre mis cosas.
Los que sí sabían dónde yo guardaba todo eso, eran mis amigos, los que además de temer por mi intimidad, no se sentían muy cómodos con mi cenicero, al que llamaban el macabro secreto.
Yo no aflojaba, pues además de reservorio, terminó siendo un ayuda memoria para recordar al ir pasando los años, las diferentes marcas de cigarrillos que ya ausentes, habían pasado por mis manos y mis labios, haciendo me sintiera, además, como una especie de coleccionista. Recuerdo que en un viaje que hice al Brasil en un barco que tenía Free Shop, unos amigos que allí conocí -en el barco- compraban unos cigarrillos negros, también sin filtro, llamados Gitane, envueltos en papel azul con letras blancas, si no me falla la memoria. ¡Eso era tabaco negro, y no lo que yo alardeaba de fumar! Años más tarde, la importación los trajo a mi país, pero ya ésta vez, con filtro. Igual eran fuertes, sí que lo eran. Allí también compré yo, para alardear, una cajita metálica que guardaba dentro unos habanillos holandeses con boquilla plástica. ¡Qué tiempos aquellos!
Bueno, como muchos, y por razones parecidas, también experimenté con pipa, pero me resultaba no sólo más caro, sino que bastante más complicado. Que limpiarla; que encenderla varias veces; que guardarla en lugar seguro, y además tener varias, porque de lo contrario no tenía gracia. Mucha cosa junta, de modo que la pipa marchó al olvido.
Eso sí, debo reconocer, el olor en el ambiente era notoriamente más agradable, y también dejaba un aroma diferente en mi especial y particular cenicero. Y hablando de él, o mejor dicho de ella, la he llevado conmigo hasta el día de hoy, en el que he decidido poner mi voluntad a prueba- a la máxima- y dejar de fumar.
Consecuentemente con ello la vaciaré, la lavaré bien, y la dejaré en mi testamento, junto a mi última voluntad: 
que esa urna funeraria que siempre llevó dentro mis cenizas, lo siga haciendo. ¡Así sea!
Bernie5422

No hay comentarios: