Pablo Neruda: La palabra

"…Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras… Las inesperadas… Las que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen…" de Pablo Neruda: LA PALABRA

13 oct 2014

FÁBULA DE LA HERMANDAD

* La foto es de Israchamorro, y fue la elegida como foto del mes en setiembre.




¿Y cómo se lo vamos a decir?...le dijo ella a él.
_Pues la simple verdad. Que vas a tener un hermanito, alguien con quién jugar, así no estarás tan solo, sin más compañia que las de tus padres. Pienso que por ese lado no le molestará, y además siempre será el primogénito. Vamos mujer, no te preocupes tanto.
Y así habló Adán, y así escuchó Eva. O tal vez fue al revés y el que escuchó fue Adán, lo que no sorprendería a nadie, ya que desde que el mundo es mundo, las madres parecen ser mas intuitivas que los padres. Y es muy probable que ésta conversación, así de esa manera, se esté dando todavía en nuestros días.
Y el que se llamaba Caín, vio nacer a Abel, lo vio crecer y lo vio adueñarse de todas las atenciones que él estaba acostumbrado a disfrutar solo, y a no compartirlas con nadie. Ya no lo tenían tanto en brazos, y además lo soltaban cada vez que su hermanito menor lloraba por ésto o aquello.
Y así nacieron los sentimientos de envidia; los celos; el despecho; las represalias; el rechazo, y el odio en sus distintas y sutiles formas de manifestación. Y el mayor desea las regalías del menor, y éste ansía las regalías del mayor, y los dos a intentar conseguirlas, a cualquier precio. Por eso Freud , algunos años mas adelante calificó a los bebés de "perversos polimorfos", algo que uno no puede aceptar así nomás, al ver las imágenes de esas tiernas y delicadas criaturas. Que lo son, pues "lo cortés no quita lo valiente", aunque no haya -todavía- barreras como las normas de ética o de moral, o las buenas costumbres, a ser usadas o reclamadas en esas edades.
Y ahora a crecer y a relacionarse. A establecer sus propias reglas de convivencia y de complicidad, ya que inevitablemente comparten techo, padre y madre, que no es poco.
Comparten sí, pero no al cincuenta por ciento. Los dos saben de las preferencias de cada uno de los progenitores, y de la influencia que cada uno de ellos puede ejercer en sus padres, tanto juntos como por separado.
Y se establece una lucha silenciosa de poderes, destinada a lograr la supremacía de uno sobre el otro, encuadradas en lo que se conoce como "la rivlidad entre hermanos".
Y cuenta la historia bíblica que un día salieron al campo, donde Caín era dueño y señor, y que por un "quítame de allí esa pajas", o peor aún, por un quítame de allí esa arboleda - pues Caín había juntado muchos rencores en tantos años - tanto le dio de palos a Abel hasta que lo dejó muerto.
Y Dios le preguntó si sabía algo de la vida de su hermano, y éste le contestó con soberbia: ¿Acaso soy el guardián de mi hermano?
Y Caín creció; se multiplicó, y se murió, y fue al cielo, y allí se enteró que de verdad la reencarnación existía.
Y de nuevo se encontró en un vientre materno, y de nuevo nació.
¿Y cómo se lo vamos a decir?...le dijo ella a él.
_Pues la simple verdad. Que vas a tener un hermanito, alguien con quién jugar, así no estarás tan solo, sin más compañia que las de tus padres. Pienso que por ese lado no le molestará, y además siempre será el primogénito. Vamos mujer, no te preocupes tanto.
Y allí le estaban esperando Abel -su hermano mayor- su papá, y su mamá.
Y crecieron juntos los dos hermanos, y se adoraron, y se odiaron, y todas esas cosas que es normal que sucedan entre hermanos.
Y así fue que un día, salieron de paseo, y una cosa trajo a la otra, y Abel - por un quítame de allí esa fábrica de celulosa- , le dio de palos a Caín ,tanto, que lo dejó muerto.
Pero no se lo sacó de encima del todo, pues leyendo el Martín Fierro, se enteró que "Los hermanos sean unidos, porque ésa es la ley primera. Tengan unión verdadera, en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean, los devoran los de ajuera"(sic)

4 oct 2014

CONCURSO...SINCURSO (In memorian)

*Es así, y ya no tiene remedio. Me iba a presentar a un concurso de cuentos cortos, y se me pasó la fecha final de entrega. Italcred cumplía diez años en la plaza financiera uruguaya e invitaba a concursar. El tema era "Los diez primeros" y no necesariamente se tenía que referir al tiempo transcurrido. El slogan de la empresa es "tu mundo crece". A mí me gustó el desafío, pero se ve que a mi subconciente no tanto. Miedo, inseguridad, y vaya a saber qué cosas más, y lo termino subiendo sólo en mi blog.
Bueno, un gol en contra cualquiera lo tiene.

                                                    
                                                             
                                           Pedro el Grande y el Pibe
El club venía de malas. Éste año, en el torneo de clubes del interior, ni “mojaron”.
La directiva estaba deprimida, se podría decir que hasta incapaz de poder tomar decisiones inteligentes con miras a las próximas temporadas.
Y no era falta de plata. Con la venta de aquél golerazo, el “Araña”, y los réditos que le ingresaban por sus sucesivos pases en clubes europeos, tenían oxígeno y la suficiente popularidad como para pedir apoyo financiero a buenos comerciantes de la zona, y además vender publicidad a grandes firmas de la capital.
El departamento todo- en su momento- estuvo de fiesta. Pero no alcanza con el pan, todo el mundo quiere circo.
El Presidente del club era don Pedro el Grande, llamado así, porque puesto a medirse con su padre, que también se llamaba Pedro, le llevaba más de una cabeza. Grande, mismo.
Acompañaba a ese corpachón, una voz cavernosa y clara, con la que gracias a su “parla” conciliadora, pero tenaz, había logrado por tres veces consecutivas mantener la presidencia del club.
Y no sólo eso mantenía, sino también las importantes relaciones comerciales obtenidas en sus frecuentes viajes de negocios, tanto en el exterior, como en su propio país. Él tenía claro el camino por el que había que andar, si se quería ser exitoso económicamente. Y la gente lo respetaba, y mucho.
Además, literalmente hablando, “un pueblo le debía plata y favores”, y don Pedro el Grande, ese tema, también lo sabía manejar de lo más bien.
Por eso, cuando llamó a asamblea extraordinaria y se puso a hablar frente a todos los asistentes, la sala estaba llena y absolutamente silenciosa. Sólo se escuchaba lo que él decía, y el suave chirrido de la puerta cuando entraba algún rezagado, que siempre los hay, por otra parte.
Ése día tocaba el tema más preocupante de los próximos meses: los goles.
Hizo uso de la palabra don Pedro el Grande, y así les dijo: “Queridos amigos, y digo amigos por no decir hermanos, porque éste club ha demostrado desde hace ya mucho tiempo (clara alusión a sus consecutivas presidencias) ser una gran familia y preocuparse por todos y cada uno de sus afiliados (otro puntito a su favor), y de eso, somos todos conscientes, no hay que olvidarse.
Pero también, todos sabemos que estamos pasando una mala racha, y que algo hay que hacer para que soplen en El Rioplatense F.C nuevos vientos de victoria.
Éstas -no por archiusadas, menos eficaces- palabras dichas por él, eran el augurio de las que vendrían, y las otras seguro que traerían consigo la solución al problema de los goles, o mejor dicho, a la ausencia de ellos.
El aplauso no se hizo esperar, y explotó unánime y mantenido. Un gesto de apaciguar, pero acompañado por otro de satisfacción y de poder, que se reflejó en su cara, dieron paso a una explicación detallada del plan de acción que él había pergeñado.
-El club debe hacer un esfuerzo mantenido y prolongado con el sólo afán de ganar los enfrentamientos con otros clubes y de ponerse en el primer lugar en la tabla de posiciones. Y de ahí, no bajar.
Y continuó enumerando toda la “movida” que era preciso hacer para lograrlo.
La cosa era simple, e ingeniosa. Proponía la compra y venta consecutiva de zagueros, hasta poder conseguir aquél que más le sirviese al club para ser vencedor indiscutido de la ansiada copa. Él tenía, decía, los contactos asegurados para que las ventas  no se trancasen en el camino, pues los pensaba revender baratos, o bien financiados, a los clubes chicos.
Como gozaba de una sólida reputación como exitoso comerciante, nadie le objetaba su estrategia, siempre y cuando todo estuviese sobre sus espaldas. Y eso era justamente lo que el grandote quería. No solamente se sentía capaz, sino que contaba con una autosuficiencia solidaria que lo acompañaba en lo que fuera.
La asamblea duró poco, y dio lugar en poco tiempo, a poner en marcha los primeros movimientos del ambicioso plan.
Bastó para que el Cholo del Atlético Flores F.C metiera ese gol de larga distancia a los primeros 5´ del primer tiempo, para que sonara el teléfono y sanseacabó: el Cholo no tuvo ni tiempo de festejarlo con sus compañeros, que ya había firmado la transferencia.
Y así siguió la cosa. Ya fuese uno a cero, dos a uno , o por goleada, aquél que hacía la mayor cantidad de goles el domingo, se pasaba automáticamente para  Rioplatense F.C, y en cada compraventa el club ganaba plata y prestigio, y mucho.
Ahora vendría la frutilla de la torta. Le había echado el ojo a uno que le decían el Pibe, que jugaba de “diez” en el sub-veinte, pero estaba próximo su cumpleaños y pasaría –sin remedio- de categoría.
A vos mismo, pensaba, y fue a verlo jugar. Iban por los quince del segundo tiempo, y el muchacho no había convertido ni un solo gol. Para peor, le habían mostrado la amarilla   (bien sacada, por cierto), y andaba con mucho cuidado.
Y eso los desconcentró a los del otro cuadro, y le aflojaron la marca. Así, como si eso fuese lo que esperaba, faltando quince para los noventa, con uno de tiro libre y el otro de cabeza -aprovechando un córner-  les metió el dos a cero, y a las duchas, apretado y manoseado por toda la tropa. Mientras, se oía la cantarola que no paraba: “si éste no es el Pibe, el Pibe dónde está”.
Y el Pibe pasó a engrosar las filas del club de Pedro el Grande.
Una cena en casa de don Pedro, con el muchacho; el entrenador físico, y el director técnico, y todo arreglado. El domingo, el Pibe vestiría por primera vez esa nueva camiseta.
Casi lo había logrado. Habían llegado a las Semifinales, y don Pedro había hecho un esfuerzo impresionante para que las nueve compraventas que le antecedieran justificaran ésta última jugada.
Cosa que nunca hacía, don Pedro el Grande  buscó las escaleras, bajó los dos tramos que le separaban del lugar donde estaba reunido todo el equipo, y acercándose al grupo, tomó del brazo al Pibe y se lo llevó aparte.
Tal cual un padrino, con esa voz tan particular y hablándole casi al oído le dijo: dale Pibe, mostrales lo que sos. Vos sos el “diez”, pero para el club sos el décimo, después te explico. Para mí, sos el uno. Si ganamos, el club crece, y tu mundo también. Europa te espera. Y lo soltó.
Caminó de regreso al palco, y no se pudo sacar el nudo de la garganta hasta que sonó el silbato, y el juez dio por comenzado el partido.

21 sept 2014

en solfa

                                                                                                      

11 sept 2014

RELAJO, PERO CON ORDEN


 
Agradecer a José Antonio Higueras por tan fantástico documento (ver Sonymage, magazine 23, pag.21), y por darme la oportunidad de escribir algo inspirado en una de sus maravillosas fotografías. Explicarle, asimismo, que yo recibiría un buen tirón de orejas de parte de Slictik si la dejaba pasar. Bernie
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                                    Relajo, pero con orden.

Había al menos dos cosas que doña Eduviges no hacía nunca, o casi nunca: salir a la calle sin don Eduardo, su marido, quién para esas oportunidades, estaba siempre dispuesto. Su estado de reciente jubilado se lo permitía y además, eso no lo contrariaba, como pudiera uno suponer.
Lo segundo era comprar algo que no tenía en mente adquirir, o que pensara que no precisaba tener. Entonces como dije, sola, de compras no salía.
Bueno, lo hacía, sí, pero para esos mandados de almacén que requería la casa, o cosas por el estilo. Todo a la vuelta de la esquina, o de la manzana, como suele decirse.
Esa tarde, ya estaba vestida para salir, y sólo le faltaba un algo de maquillaje, pero poco, porque a don Eduardo no le gustaba mucho que se pintara, a pesar de que cuando lo hacía, él lo notaba y se lo hacía saber con un discreto cumplido. Por ejemplo: ¡doña Eduviges…, mire qué bien le sienta a su cara el color del vestido, con el sol que hay hoy de tarde! Le gustaba, estaba claro, pero no daba el brazo a torcer. La moral tenía sus reglas y él las acataba a pie juntillas.
Igual, la procesión iba por dentro, pero a la imagen exterior había que mantenerla intacta. Tenía asumido ese rol, y disfrutaba interpretándolo.
Además, chapado a la antigua, él llevaba las cuentas, y la plata. Así, de esa manera, doña Eduviges aunque quisiera, no podía salir de compras sola, pues el dinero estaba siempre en el bolsillo del esposo. Bueno, para las necesidades cotidianas sí, ella tenía una cantidad fija que recibía todos los domingos, y le debía durar toda la semana.
En la calle principal del centro, había abierto sus puertas un comercio que vendía toda mercadería importada de la India, y ella siempre había querido tener algo de ese lugar. No sabía, tal vez un pañuelo o un chal, no sabía realmente, tal vez lo decidiese en el lugar mismo. Si tenía la suerte de encontrar algo que le gustara, lo iba a comprar. Y don Eduardo no diría ni ésta boca es mía.
Llegados a la tienda, lo primero que hicieron fue pararse frente a la gran vidriera repleta de prendas vistosas, que además lucía un cartel que informaba que como premio inauguración, se haría un sorteo entre los compradores de ese día, y el ganador se llevaría dos pasajes ida y vuelta a la India.
Nunca habían viajado, y algún dinerillo tenían ahorrado. Por eso pudieron comprar el pañolón ese que estaba sobre un maniquí y que a doña Eduviges le encantó en cuanto lo vio, y por eso mismo aceptaron llevarse el premio , pues coincidió el número de la boleta con el número del ticket que sacaron de dentro del gran sombrero donde hicieron el sorteo. Era, como se dice, un día de suerte.
Allí, en la misma tienda, en medio del alboroto, lograron pedir algún consejo sobre qué hacer a partir de ahora, ya que-explicaron-no tenían experiencia alguna en viajes.
La gerente de la sucursal les sugirió una agencia de viajes por ella conocida, y allí le vendieron un paquete con hotel, comidas, excursiones, en fin, todo digerido, como para solucionarles por anticipado cualquier inconveniente que -por otra parte-siempre los hay en cualquier viaje.
Y eso hicieron, y también un par de valijas compraron, y las pastillas de la presión y el colesterol y otras yerbas, calculadas para esos quince días de ausencia de su entorno habitual.
“Donde fueres, haz lo que vieres”, y esa pareja no preguntó nada, no decidió nada, y no desestimó nada. “Donde va la barca, va Bachicha”, y todo de maravilla.
Y allá estaban, el paseo se desarrollaba como era de esperar.
Sin embargo, al desayuno, ese día, había como una cierta atmósfera diferente en el salón comedor. Todos hablaban en voz baja, las mujeres entre sí, y los hombres se juntaban en grupitos de dos o tres, y cada tanto se sentía alguna carcajada media subida de tono, que los otros trataban de ahogar, en medio de miradas de complicidad y cosas por el estilo.
Don Eduardo, ocupado en servirse su copioso desayuno, no se percató de nada de todo eso, pero a doña Eduviges, pese a no comprenderlo, ningún detalle escapó a su atenta y sorprendida mirada.
El misterio poco duró. Después de casi una hora de recorrer polvorientos caminos, llegaron por fin al destino del paseo de ese día, tal cual rezaba en el plan de viaje que les fuera entregado oportunamente. Como doña Eduviges era una buena católica, estaba muy bien dispuesta a visitar templos, y éste en particular, parecía uno de los más importantes. En el folleto decía: día jueves visita a los templos de Khajuraho y poca cosa más.
Si doña Eduviges tenía alguna idea de lo que en otros templos, de otras religiones, se podría llegar a dar, de éstos, ni por asomo. Pobre señora. La mano primero, y luego el brazo todo, no le daban para persignarse a la velocidad que se lo exigían las imágenes que no podía dejar de mirar, ya que no debía –nunca-separarse del grupo. Hasta le había soltado el brazo a don Eduardo, que miraba todo aquello sin hacer comentarios, pero nadie lo vio persignarse ni una sola vez.
El guía daba toda clase de explicaciones, que la buena señora- a diferencia de otras veces- prefería no escuchar, pues la cosa iba de mal en peor.
-Don Eduardo, le cuchicheó disimuladamente,.. pero esto no es un templo, esto parece más un burdel que un lugar para venir a rezar. Yo sabía que éstos indios….
-Hindúes, doña Eduviges, hindúes. Oiga lo que dice el guía, que eran prácticas que acercaban a los dioses. Tiene usted que entender a otros pueblos con sus diferentes costumbres.
-Sí, lo que usted diga. Pero así, en público...., ¿y la moral y las buenas costumbres? ¿Y a eso que estamos viendo, le llamaban buenas costumbres? Por la Madre de Dios, que eso no es lo que me enseñaron mis padres.
-A lo sumo su madre, Eduviges, y le sacó el doña, pues en ese tono confidencial, y menos de esos temas, nunca hablaban, así que estaba bien suprimida tanta formalidad. Porque por lo que sé, su padre no se ocupaba de las cosas mundanas, como la educación de las hijas, por ejemplo.
A doña Eduviges le sorprendió, pero no le molestó esa familiaridad en lo absoluto, tanto, que se tomó nuevamente del brazo de su marido, para así poder seguir con ese interesante diálogo.
Así, de a poco, se vieron los dos juntos, casi la mitad de los numerosos templos, algunos sólo por fuera, y alguno que otro por dentro. Doña Eduviges se apretaba cada vez más al brazo de don Eduardo, ya no se persignaba, pero del movimiento de sus callados labios, se intuía un continuo asombro acompañado por ¡Ave María! y otras exclamaciones afines. Don Eduardo, como siempre, guardaba un porte adusto, como ajeno, pero le apretaba disimuladamente el brazo a su compañera de viaje, sobre todo frente a imágenes tan explícitas como la que anteceden a éste relato.
Finalmente, el grupo regresó al ómnibus, de allí a la casa de té para comer y tomar un buen refrigerio, y de ahí al hotel. Un largo paseo por los baños, a cambiarse, y a cenar. Otra vez en el salón comedor que utilizaban habitualmente.
Esa noche, ya estaba vestida, pronta para ir a cenar, sólo le faltaba algo de maquillaje, y no supo bien porqué, esta vez se delineó suavemente los ojos con ese lápiz especial que se usa en la India, y eligió un tono un poco más subido que de costumbre para los labios. Todo eso acompañado por una cierta intranquilidad que no le pudo quitar el largo baño. Para su sorpresa, todo lo contrario.
A diferencia de su marido, que se presentaba más locuaz que de costumbre y con un apetito nada frecuente, sobre todo por las noches, ella lo había perdido casi por completo, y sentía tanta sed, que hasta tomó un sorbo de la cerveza fría que se había servido don Eduardo.
También eso estaba fuera de los cánones habituales. Ojalá don Eduardo no se molestase con tantos y repentinos cambios, pero él no daba signos de que algo le contrariase, más bien, diría ella, el humor de él iba en aumento, pero para bien.
Los postres, rápido, y el café con el cigarro se suspendieron, y de común acuerdo, decidieron dar el día por terminado y retirarse cada uno a sus respectivos aposentos.
Ella en el suyo, como era habitual, se soltó y cepilló prolijamente el pelo, se desvistió, se puso un ligero camisón y se metió entre las sábanas, acompañada siempre por ese agite que no la dejaba ni a sol ni a sombra.
Se puso a rememorar el día y todas sus vicisitudes, y el agite fue en aumento y su cuerpo le mandó entonces un claro mensaje.
Tan claro como el golpe de nudillos en la puerta y la voz de don Eduardo que le decía: Eduviges…,¿me permite pasar a faltarle el respeto?
Sí, Eduardo (ésta vez sin el don), faltaba más. Le estaba esperando. Y se sorprendió de las maneras nuevas con las que se hablaba con su marido, pero más se sorprendió con lo que vino después.

8 sept 2014

NUEVOS Y VIEJOS TESTIMONIOS

La foto es de Mnolius y la tituló "Pensionista", Me sugirió éste texto:

                                                 


Como veremos, no es nuevo sintetizar en números, aconteceres que conmovieron al mundo, o que le dieron pautas o íconos con los que reconocer rápidamente un mensaje breve, rápidamente legible e inteligible mutuamente, en todo el mundo, y para todas las personas.
Pocos deberían haber hoy que desconozcan inmediatamente el significado de 9:11 u 11S; o bien el 11M o 3:11, acorde a idioma o lugar geográfico con el que se identifiquen.
Estas menciones promueven o están destinadas a promover -sólo con su enunciación- un sentimiento público de solidaridad humana y de amor al prójimo, unido a un sentimiento de dolor, desesperanza, e impotencia, frente a la maldad humana residente en muchos de nuestros congéneres.
Pero la pregunta que surge es ¿con qué vara se mide la maldad humana?. El "maldómetro"...,¿ mensura cantidad de víctimas; la calidad o cualidad del método utilizado, o ambas en sus diversas combinaciones?.
¿Y cuáles están destinadas a activar rápidamente los sentimientos antes expresados?
Depende de quién los nombre, y de los elementos colaterales que le acompañen.
 Hoy se llaman "los medios", y quienes los manejan suelen manejar -también- los intereses de pocos, en detrimento del de los muchos.
Hasta ahora no he dicho nada nuevo, y ellos tampoco. Hay un empate técnico. Pero, si hacemos mención a otros íconos, bastante más difundidos que éstos que he nombrado, nos tenemos que remontar bastante décadas, por no decir milenios, en la historia del ser humano y en su intento de sintetizar pensamientos, entonces, la cosa cambia.
Por ejemplo, cuando nos referimos al Génesis, según se puede leer en la Biblia en lo que dieron en llamar Primer Testamento, con sólo mencionar 3:19, el que la conoce sabe que se refiere a que " te ganarás el pan con el sudor de tu frente" y que algunos hombres y años más adelante, lo contraponen (para otros se complementa) con el 6:11 de Mateo, en donde se dice el Padrenuestro, haciendo mención a "Danos hoy nuestro pan de cada día", o también "El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy".
Desde la butaca de quién no profese religión alguna, el 3:19 parece ser un mandato social -intentando establecer un orden igualitario- donde el que no trabaje no tiene derecho a su pan, y el segundo (6:11) , parece más un reclamo que una súplica. Si me lo he ganado trabajando, acatando el 3:19, es mío, dámelo, y dámelo hoy. Como los sindicatos, o la clase obrera organizada, haciendo alusión a una ley no respetada o no puesta en vigor por intereses de clase. Una pancarta sindical que no precisa ni de marchas silenciosas o bulliciosas, ni de enarbolar banderas partidarias. Sólo la mención escrita: 6:11 y punto.
Y ahora sí, escuchar 3:19 o 6:11 y no ponerse (siempre) en actitud de alerta frente a la maldad humana, es no tener sensibilidad y amor por el prójimo. Y sólo hacerlo si oímos 9:11 o 3:11, es demostrar que "borramos con el codo, lo que escribimos con la mano".
Pero nada es fácil- nada es perfecto- y te lo hacen mendigar, o tal vez peor, comportarte como mendigo, o su moderno eufemismo: "hurgador", para recuperar de alguna manera el que te corresponde.
Nos obligan a hurgar en la mente de las personas en busca de compasión, o bien (mal) a hacerlo en contenedores en busca del pan perdido.
¡Que alguien se apiade de nosotros, los que lo buscamos en dónde esté! ¡Y que nadie lo haga con el que nos lo esconde! Amén.

                                                                       Bernie

16 ago 2014

LA CABELLERA DE PLATA (LEYENDA)

*La foto es de Japy, de Sonymage.  Ganadora del mes de julio, lleva por título Riverdel (ver El señor de los anillos).


                                                          LA CREACIÓN

Primero eran la nada y el todo. Sólo la luz y la oscuridad, todo mezclado. La tierra inundada, los ríos y los mares secos. Nada tenìa personalidad. Los pájaros no sabían aún volar, y los peces ni sabían, ni tenían por donde nadar. No estaban ni el hombre ni la mujer, y la luna se encontraba tan lejos, que nada iluminaba todo.
Los dioses, aún confundidos, todavía dudaban si eran dioses de la naturaleza o del bien o del mal, porque la naturaleza estaba enmarañada, y nada dejaba ver qué era malo ni qué era bueno.
De pronto, el sol vino desde muy lejos, y golpeó a la luna que se dejó ver de cerca- mostrando su cara- mientras el sol siguió su viaje a las estrellas hasta que se detuvo sólo para alumbrar, y poder observar bien qué había pasado. Le gustó lo que dejaba atrás, y se quedó allí a vivir para siempre.
Entonces se crearon el día y la noche, las tierras se secaron, y los ríos y los mares se llenaron, y las semillas germinaron, y los pájaros volaron y los peces nadaron.
Como había agua que tomar, qué cazar y qué pescar, los dioses pusieron al hombre y a la mujer, y separaron al bien del mal.
Y cuenta la leyenda, que un río muy cristalino , impetuoso y joven, no sabía por donde seguir, y las tierras se empezaban a llenar de agua y los animales y los hombres corrían asustados. Los dioses al ver lo que sucedía, levantaron la mano , y la dejaron caer con la fuerza de una gran piedra filosa, e hicieron un tajo tan profundo en la punta del río, que éste saltó tan rápido de las altas tierras - tal una hermosa cabellera - que se dejó caer en las tierras bajas, y así nació la primera catarata.
Lo asombroso es que después de millones de años sabiendo la única verdad, a los seres humanos de hoy se les ha ocurrido pensar que las tierras se movieron solas, y como un gigantesco mazo de cartas, se mezclaron y se separaron provocando estos fenómenos naturales.
¿Y los dioses qué, se fueron y ya no hacen nada, y lo dejan todo en manos de la naturaleza?
Sólo hombres y mujeres ignorantes pueden desconocer y negar el trabajo de los dioses. Si las cosas siguen así, no sé adónde podremos llegar. Tal vez, otra vez al oscurantismo de los primeros tiempos, cuando ni el tiempo-como lo conocemos ahora- existía, y todo era pasado, presente y futuro, todo mezclado. Luego, el hombre y la mujer hicieron los puentes y los castillos, pero eso, muchas, muchísimas lunas más adelante, y gracias a los dioses, también.

                                                                                                      Bernie 

2 ago 2014

EL HORNERO



Es de mañana, y salgo al fondo de casa acompañando con un pucho el infaltable café del desayuno. Y no estoy solo. En la pared del fondo de mi vecino, mirando al norte, refugiados en el remarco de una ventana de madera, una pareja de horneros rehacen por tercera vez consecutiva su nido. Los dueños de la casa, ajenos a esa tarea, cada vez que vienen del país vecino donde residen, abren todas las ventanas, esa incluida. Y este año, tres veces lo hicieron.
No tuve la precaución de advertirles, que apoyando en esa ventanuca de madera barro e ilusiones, querían formar familia esos dos trabajadores. 
Hay que verlos como yo los acabo de ver. Barro en el pico uno, llegando al lugar, mientras el otro o la otra acomodaba el anterior cargamento contra las paredes, conformando de a poco el sinuoso habitáculo.
Porque la genética y el mandato correspondiente no tiene piedad. Tantas veces se lo derriban, tantas veces lo reconstruyen. Y siempre con el mismo diseño: Como las vueltas de un caracol, protegida de viento y lluvia, allí la pareja cuidará su progenie.
Encontraron su lugar, y allí vivirán. Otros, construyen en el poste del alumbrado público o en el cruce de la vertical con la horizontal de la cruz de la iglesia vecina. Gracias a Dios, éstos dos aún subsisten. Y llevan, los tres, la misma orientación: mirando al norte.
Sentí- de pronto- que algo compartía con estos dos pajaritos. La necesidad de hacerme un nido, y con barro – como emulando el proceso de la creación-y mucho trabajo, también crear, además, mis personajes. Y esperar que cobren vida, como Pinocho, y que la tengan propia, y que vuelen sin parar hasta Sonymage, donde desde hace un tiempo ya, anidé.
Y, un especial gracias a Zaira, que me deja solo, varias horas al día a veces, embarrarme hasta las patas.

Les dejo, además, unas fotos conmovedoras :
www.lareserva.com/home/hornero_nido_construccion
Bernie

31 jul 2014

INESPERADO CONTRATIEMPO fOTO-TEXTO

*La foto es de Jasdg de Sonymage y está mencionada para este mes.

 * nota del autor del texto: no la subo a mayor tamaño, porque corro el riesgo de no escribir nada. Es que la foto está de puta madre, y la morocha...,mejor ni hablamos ;)  ;

El 125 de la empresa de ómnibus que pasa por la esquina de casa, y me lleva hasta una cuadra de mi trabajo, tiene para mí dos inconvenientes que de alguna manera me hacen sufrir cotidianamente, de lunes a sábado.
El primero de ellos es que es absolutamente errática la hora en la que aparece. A veces con la frecuencia de cada quince minutos, y otros días puede pasar  a los diez, o a los veinte minutos del anterior. Eso me trae muchos problemas, resumidos en uno sólo: el del café con leche matutino. Y sí, me he tenido que comprar uno de esos termos de un cuarto de litro, para poder ponerlo dentro de él, dirigirme a la parada, y disfrutar ¿? del desayuno mientras espero al impuntual chofer, que por otra parte sería beneficiario de ese título si al menos manejase con cierta prudencia, cosa que casi nunca hace (ese sería un tercer problema, pero lo comparto con mas de cincuenta personas) .
Y ése es realmente el segundo problema. El costo de llegar por mis propios medios al trabajo, desestabilizaría seguramente mi presupuesto mensual, lujo que no me puedo permitir. Por eso todas las mañanas estoy en esa misma parada, ridículamente aferrado a mi termito, y tomando mi desayuno como si fuera un niño al que la madre no lo deja subir al transporte escolar en ayunas. Debo reconocer que no he podido deshacerme de una verguenza que oculto con cara de póquer, pero que está ahí, y me incomoda.  Pero ése no era el punto, sino las cincuenta personas ( sí, creo que son personas) que me apretan día a día, a veces unas, a veces otras, y que a la vez se sienten invariablemente apretadas ellas, con lo que no tenemos posibilidades de ser muy amigables a pesar de ser ya bastante conocidos.
De ahí surgen dos daños colaterales, como se acostumbra a decir: nunca consigo asiento para viajar cómodo, y jamás llego a la oficina con el saco en condiciones.  Siempre queda arrugado por el viaje, el pobre.
Sí, por esa razón siempre llevo un mismo saco, motivo por el cual me he comprado dos trajes exactamente iguales, y los voy rotando conforme los voy arrugando.  A veces me pongo el pantalón de uno, con el saco del otro, y viceversa. Por suerte no se nota que se diferencian en un talle, cosa que sucede pues no soy muy prolijo con mi dieta, y eso lo compensa bastante bien. Siempre admiten dos o tres kilos en más o en menos. Eso sí, el cinto lo paso indistintamente de un pantalón al otro.
Un tercer problema asociado a esto que relato, es que soy casado, no vivo solo. Y ella, es cariñosa, comprensiva y muy solícita.
Y yo tenía que haber sido aún más cuidadoso con eso de trocar sacos y pantalones. A ver si explico mejor la cosa.  Como era de esperar, pues la rutina necesita de cierta metodología, todos los días, y cinco veces a la semana-a la noche- quito todo de los bolsillos, lo dejo en mi mesita de luz, pronto para redisponerlo en el saco o en el pantalón al que le toque en suerte acompañarme esa mañana a la parada del maldito ómnibus.
Bueno, todo, pero todo, creí esa noche que había (yo) sacado del saco, pero no había sido asi, lamentablemente.  Desafortunadamente, como tenía que ser, algo dejé en el saco que se quedaría en casa, y algo hizo que no me percatara.
Y lo que nunca, pero nunca hace Marita-mi señora- es meterse con mi ropa del trabajo.  Pero era (¿tenia que ser? ) mi cumpleaños, y ella sintió que alguna cosa había que hacer para que fuese un día diferente, mismo.
¿Y qué hizo? Pues lo insospechado, hizo. Lo que sólo Murphy pudiera haber imaginado.  Solícita, como les conté que era, mandó a la tintorería, a planchar y demás, las dos prendas que quedaban ése día en el despojador, y que sólo yo uso. ¿Y porqué ? Pues porque tenía que suceder de esa maldita manera, y no de otra. Estaba escrito, dicen.
Nada hizo que no se diera cuenta del involuntario olvido.  Nada hizo -prolija y previsora como sabe ser -que no revisara todos y cada uno de los bolsillos antes de enviarlo al servicio de lavandería. 
¿Y qué había yo dejado en el saco, más precisamente en el bolsillo chico del lado de adentro, ése que también tiene un botón que asegura lo guardado, a la altura más o menos del bolsillo grande que queda por fuera? Mi cartera había dejado, o billetera, como quieran llamarla. The facking wallet, para ser más preciso. Será por las películas de la tele, pero puteo a veces con más énfasis, si lo digo en inglés, aunque no sé cómo se escribe, realmente. Además de resultar más educado, pues no todo el mundo lo entiende grosero, hasta divertido suena.
¿Y que había dentro de la olvidada cartera? Esa fotito ( attenti al diminutivo) cómplice, sabedora de tantos monentos de solitaria pasión; motivo de orgullo mentiroso con mis compañeros de oficina, y porqué no- confieso- también cómplice a la hora de erotizarme lo suficiente, como para que, ante furtivas miradas en el colectivo de regreso a casa, estuviese dispuesto de antemano, a una sesión de sexo con la patrona.
Y palpé el conocido costado y nada. No estaba donde debía de estar. De modo que no sólo no iba a haber sexo esa noche, sino que si Marita, por esas cosas de la vida, la encontraba, lo más probable es que me cortara los víveres, y con ellos las bolas, además. Dije que era comprensiva, pero todo tiene su límite.
Y tal cual, como rezaba que no sucediese. Rezar no sirve de un carajo, siempre lo sospeché, al menos para estos casos. La encontró y la abrió. Y la vió a la morocha, y me deseó la muerte, o una esterilización rápida y sin anestesia, que para el caso es lo mismo. Y compartimos la culpa el fotógrafo y yo. Compañeros de tantas alegrías, y ahora compañeros en el infortunio. Y dos cosas pasaron ésta vez como daños colaterales: no tengo más la foto, y no dispongo nunca más dos trajes para poder intercambiarlos a la hora de tener que ir a arrugarlos al maldito ómnibus.
A la Marita la sosegué. Tarde, pero la sosegué. Dije que era una broma de los muchachos de la oficina, un día que supieron era fecha de aniversario nuestro de casados, y me la pusieron en la billetera; y segundo, para comprobar mi hombría,pues cada tanto me pedían que se las mostrara sólo para comprobar que todavía aguantaba el desafío. ¿Viste cómo son los hombres? le dije, tratando de traerla para mi mitad de la cancha.
Bueno, cierto éxito tuve y la cosa pasó.
Ahora estoy abocado a conseguir de algún modo el teléfono del fotógrafo, y solicitarle me haga una copia y me la mande a la oficina, donde la guardaré bajo llave. 
Por los muchachos solamente, le explicaba a mi mujer.... ¿Entendés Marita? Te lo juro, mientras juraba para mis adentros, que al fotógrafo ese lo iba a hallar de todas maneras. Eso sí, de todas, pero esa morocha tenía que volver.
Nunca tuve tan así a una mujer, metida en un bolsillo, ni en fotos, como decimos con los muchachos en la oficina.
Bernie.

26 jul 2014

CENIZAS III ( A VER AHORA....)



*Es difícil - a veces- la tarea de comunicar una idea, y si es por escrito aún más, porque enmiendas, correcciones, separatas explicativas, más que aclarar , oscurecen. Por ese motivo, reescribí desde el vamos al original, de modo que poco o nada queda ya de su estructura. Pero queda la idea ( lo de la urna), y eso es para mí lo importante. Ahora lo redacté en tercena persona, con un relator, para facilitar el relato,  despersonalizarlo, y evitar confusiones. Espero les guste, y aprecien las modificaciones. Se agradecen los comentarios, tanto a favor, como en contra.

                                                       CENIZAS
A diferencia de mucha gente nunca le asustaron, ni fueron tabú las cosas o los temas relacionados con la muerte. En su casa materna siempre se habló de “cosas naturales”, y ésta era una de ellas. Ni tampoco, hay que decir lo que hay que decir, por eso uno anda por ahí todo el día hablando de difuntos y temas por el estilo. Sólo que se tomaban con sencillez y sabiduría humana, y sin ningún tipo de pacatería.
Por ejemplo, si había que ir a la reducción de algún familiar, se iba en familia, y llevaban a los menores con ellos -Tomás incluido - a pesar de su corta edad. Sin duda que el modo en que lo criaron, o mejor dicho lo educaron, lo formó ajeno a supersticiones o prejuicios.
Así fue, que llevó la vida normal de cada chico, en cada etapa, conforme crecía.
Pero claro, algunas cosas que iban con él, no la iban con sus compañeros de juego o de andanzas, que habían sido criados de otro modo. Y así fue, que llegando a la difícil edad de la pre-adolescencia, y estamos hablando de los diez u once años, uno de los asuntos que más ocupaban a su “banda” de amigos era el tema de los cigarrillos, y las distintas formas de fumar a escondidas y no ser descubiertos. Así que cada uno lo hacía como mejor le parecía o antojaba.
Y en eso sí que Tomás mostró no sólo diferencias notables con sus compinches, sino una imaginación muy singular. Sucede que como muchos, y para que aprendiese desde chico el valor del dinero, su padre le entregaba todos los domingos su semanada. Una cantidad chica,   -pero suficiente- de dinero, para golosinas, un helado, una entrada al cine, o para comprarse alguna revista de su interés. Mas Tomás gastaba poco, y lo ahorraba casi todo.
Tenía bastante dinero y podía comprarse alguna cosa distinta, y además no era un problema si costaba más.
El ómnibus que lo traía de sus clases de inglés pasaba por el cementerio, y había de la vereda de enfrente varios puestos de venta de flores y artículos afines como floreros, lápidas de mármol, chapitas de bronce, etc. Un día se le ocurrió en donde guardar las cenizas y las colillas de los cigarrillos que a escondidas fumaba en su casa,  aprovechando la ausencia de los padres.
Se bajó del ómnibus en la parada del cementerio, y anduvo preguntando en esos comercios por una urna, y tuvo la suerte de encontrar una bastante vistosa, sólida, con buen cierre de tapa y a la altura de sus posibilidades económicas. Y la compró.
No era habitual que un chico de esa edad adquiriese ese tipo de artículos, pero como les contaba, en ese tema, Tomás no era el promedio ni mucho menos.
Y se la llevó a la casa, y la puso en su biblioteca, arriba del escritorio, y así, a la vista, la madre sólo creería que a Tomás le gustó, y que probablemente lo hubiese confundido con un florero y le dejaría tenerlo sin hacerle muchas preguntas.
Los únicos asombrados realmente eran sus amigos, que a la urna le llamaban el “cenicero macabro”, por lo que guardaba dentro.
Siempre fuimos amigos, y nos criamos en el mismo barrio, de modo que yo supe todo de él y él todo de lo mío. Urna incluida.
El tema del cigarrillo siempre le acompañó, pues fue hasta avanzada edad un fumador empedernido. Y supe que a la urna la llevó siempre con él donde fuera. Cada tanto la aligeraba de puchos, y sólo le compactaba las cenizas para hacer lugar para las nuevas.
Hace unos días nos despedimos para siempre de él, y después del entierro en casa del notario se leyó su testamento, pues haciendo gala de haber sido toda la vida ahorrativo, había consolidado una sólida posición económica, y había bastante para repartir,
Lo interesante de su última voluntad, era que pedía, en un apartado, que se vaciara la urna, se la limpiara bien de bien, pues ya no pensaba fumar, y que se pusieran dentro de ella sus cenizas, que después de todo era para lo que la había comprado.
Bernie

24 jul 2014

CENIZAS II

El hombre casi pelado, morocho, de gesto sombrío, se incorpora levemente de su posición habitual en la cama, y apaga uno más de los cuantiosos cigarrillos fumados ya en esa mañana. En esa atmósfera del cuarto, no sé cómo podía ver a través de los gruesos lentes de oscuro y grueso armazón, que le facilitaban la tarea de escribir, que era sin lugar a dudas lo que le apasionaba, y de lo que vivía, es justo decir.
Muchos vivían de eso que él escribía, en el sentido de que él los hacía vivir cuando lo leían, porque era muy bueno en lo que hacía. Se llamaba Juan Carlos Onetti y lo intento (debo) homenajear reescribiendo “Cenizas”. 
De adolescente, iba yo a la casa de su dilecto amigo Fausto Lacoste, que también fumaba, escribía, y de su esposa a la  que también siempre  se la veía con un pucho en la mano. Eran los padres de mi compañera de clase, Mónica.
Es cierto que geografía más o menos, todos de chicos fumamos alguna vez a hurtadillas, en uno más de los intentos de parecernos a los mayores, o por no pasar vergüenza frente a los aventureros de nuestra edad. Lo de las marcas no es relevante, pero…,¿cómo hacerlo sin mencionarlas? No lo supe.
Poner las cenizas en una urna es como una metáfora de humor negro, que se me ocurrió protagonizando una anécdota. Y luego, el cuento.
Dos compañeros de Sonymage lo leyeron, y pensaron que yo estaba diciendo de mis dificultades para dejar de fumar, y me alentaron en la supuesta misión. Estaba claro que no lo había logrado en la primera edición. Haré una segunda edición y veremos qué pasa.
¿Y saben lo qué?...no lo reescribo nada. Me banco el fracaso inicial, así me fortalezco, y ojalá, ¿quién sabe?, escriba aquello a lo que no le tenga que cambiar ni una coma.
Y no se consuela quién no quiere, y no seré la excepción, pensando que Onetti y yo nos parecemos, pues seguramente él también alguna vez habrá fumado palitos de hinojo. Bernie

CENIZAS

Yo tenía once años, tal vez diez, cuando probé por primera vez, de fumar uno. En realidad no era un cigarrillo propiamente dicho, sino que consistía en un tallo seco de una planta que crecía en un terreno baldío, a la vuelta de mi casa. Le llamábamos hinojo, y tenía la particularidad de ser hueco, lo que hacía posible que cuando le encendíamos la punta, nos permitía inhalar a través de ese canal, y resultaba lo más parecido a un cigarrillo.
La otra experiencia, algo más sofisticada, era secar barba de choclo y con la propia chala, armar un cigarrillo, o bien, usar una hojilla de papel para armar cigarrillos de verdad, pero rellenarla con los “pelitos” del choclo, de ahí su nombre popular.
A partir de esa época,y con intervalos más o menos cortos, o largos, según se mire, se me ha pasado la vida fumando, o me he pasado fumando toda la vida.
Ya cerca de los trece años, la cosa se puso más formal, y entre varios compañeros de clase, comprábamos una cajetilla y cada tanto prendíamos uno de los cigarrillos, del que algunos sabían tragar el humo, y los más, entre los que me encontraba yo, no sólo no lo hacían, sino que a poco de empezar, ya estaban mareados.
Pero como todo llega en ésta vida, un día supe cómo hacerlo, y pasé de grado, se podría decir.
Había a nuestra disposición, o mejor dicho al alcance de nuestro bolsillo, dos marcas nacionales: una se llamaba Oxi bithué, y la otra Exeter. No recuerdo si antes o después, apareció Plymouth, que era de tabaco rubio, igual que el Exeter, y barato también.
El oxi bithué fino, llamado así por su grosor, no por su calidad, se había ganado el vulgar apodo de “pijita de gato”, y estaba fabricado con hebras de tabaco negro. Años más tarde ya pasé a paquetes de cigarrillos con más personalidad. Tal el caso de La Paz suave y Republicana, que se decía eran los más “fuertes” del mercado local.
De esos, fumé varios años. Después, tuve una etapa larga de cigarrillos rubios, y le copiaba seguramente a mi padre, que se fumaba hasta tres atados por día de Master, que en esa época sólo se fabricaban sin filtro.
Hasta mis diecisiete años, todo esto se realizaba a escondidas de los padres, que fumadores o no, no nos permitían hacerlo aún. Para ese entonces, mis mayores ya sabían de mis fumadas, pero no era tema que se hablaba, como para obtener un franco permiso. Fue por esa época, en que me compré aquél cenicero con tapa, en donde no sólo guardaba las cenizas, sino que también allí conservaba las colillas, y todo ello aprovechando la ausencia de mis padres, y en mi propia casa. Por fortuna, mi cuarto era mi santuario, y a pesar de no estar nunca cerrado con llave, yo tenía la tranquilidad que nadie iría a husmear entre mis cosas.
Los que sí sabían dónde yo guardaba todo eso, eran mis amigos, los que además de temer por mi intimidad, no se sentían muy cómodos con mi cenicero, al que llamaban el macabro secreto.
Yo no aflojaba, pues además de reservorio, terminó siendo un ayuda memoria para recordar al ir pasando los años, las diferentes marcas de cigarrillos que ya ausentes, habían pasado por mis manos y mis labios, haciendo me sintiera, además, como una especie de coleccionista. Recuerdo que en un viaje que hice al Brasil en un barco que tenía Free Shop, unos amigos que allí conocí -en el barco- compraban unos cigarrillos negros, también sin filtro, llamados Gitane, envueltos en papel azul con letras blancas, si no me falla la memoria. ¡Eso era tabaco negro, y no lo que yo alardeaba de fumar! Años más tarde, la importación los trajo a mi país, pero ya ésta vez, con filtro. Igual eran fuertes, sí que lo eran. Allí también compré yo, para alardear, una cajita metálica que guardaba dentro unos habanillos holandeses con boquilla plástica. ¡Qué tiempos aquellos!
Bueno, como muchos, y por razones parecidas, también experimenté con pipa, pero me resultaba no sólo más caro, sino que bastante más complicado. Que limpiarla; que encenderla varias veces; que guardarla en lugar seguro, y además tener varias, porque de lo contrario no tenía gracia. Mucha cosa junta, de modo que la pipa marchó al olvido.
Eso sí, debo reconocer, el olor en el ambiente era notoriamente más agradable, y también dejaba un aroma diferente en mi especial y particular cenicero. Y hablando de él, o mejor dicho de ella, la he llevado conmigo hasta el día de hoy, en el que he decidido poner mi voluntad a prueba- a la máxima- y dejar de fumar.
Consecuentemente con ello la vaciaré, la lavaré bien, y la dejaré en mi testamento, junto a mi última voluntad: 
que esa urna funeraria que siempre llevó dentro mis cenizas, lo siga haciendo. ¡Así sea!
Bernie5422