Es de mañana, y salgo al fondo de casa acompañando con un
pucho el infaltable café del desayuno. Y no estoy solo. En la pared del fondo
de mi vecino, mirando al norte, refugiados en el remarco de una ventana de
madera, una pareja de horneros rehacen por tercera vez consecutiva su nido. Los
dueños de la casa, ajenos a esa tarea, cada vez que vienen del país vecino
donde residen, abren todas las ventanas, esa incluida. Y este año, tres veces
lo hicieron.
No tuve la precaución de advertirles, que apoyando en esa
ventanuca de madera barro e ilusiones, querían formar familia esos dos
trabajadores.
Hay que verlos como yo los acabo de ver. Barro en el pico
uno, llegando al lugar, mientras el otro o la otra acomodaba el anterior
cargamento contra las paredes, conformando de a poco el sinuoso habitáculo.
Porque la genética y el mandato correspondiente no tiene
piedad. Tantas veces se lo derriban, tantas veces lo reconstruyen. Y siempre
con el mismo diseño: Como las vueltas de un caracol, protegida de viento y
lluvia, allí la pareja cuidará su progenie.
Encontraron su lugar, y allí vivirán. Otros, construyen en
el poste del alumbrado público o en el cruce de la vertical con la horizontal
de la cruz de la iglesia vecina. Gracias a Dios, éstos dos aún subsisten. Y
llevan, los tres, la misma orientación: mirando al norte.
Sentí- de pronto- que algo compartía con estos dos
pajaritos. La necesidad de hacerme un nido, y con barro – como emulando el
proceso de la creación-y mucho trabajo, también crear, además, mis personajes.
Y esperar que cobren vida, como Pinocho, y que la tengan propia, y que vuelen
sin parar hasta Sonymage, donde desde hace un tiempo ya, anidé.Y, un especial gracias a Zaira, que me deja solo, varias horas al día a veces, embarrarme hasta las patas.
Les dejo, además, unas fotos conmovedoras :
www.lareserva.com/home/hornero_nido_construccion
Bernie
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