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inSLos epónimos (Del gr. ἐπώνυμος). extraído de google
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inShareDesde la primavera
de los tiempos el ser humano ha prestado especial atención a poner nombres a
las cosas. Ya el libro del Génesis destaca el hecho de que, durante la
creación, Dios puso nombre a todo lo que iba creando (“llamó a la luz día y a las tinieblas noche”; “Dios llamó al
firmamento cielo”; Dios llamó a lo
seco tierra, y a la masa de agua llamó mares”, etc.). La importancia que los hablantes dan al hecho de asignar
nombres a las cosas ha dejado su impronta en el refranero español (“llamar a
las cosas por su nombre”; al pan, pan y al vino, vino”, etc.). El nombre
de un objeto es, más que las características inherentes al objeto mismo, lo que
nos sirve para identificarlo. Así pues, no debe resultar sorprendente
que se considere un alto honor dar a un objeto o a un lugar el nombre de una
persona.
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La mayor parte de cuanto nos rodea tiene un nombre que, por lo general,
no obedece a ningún motivo lógico: no existe relación alguna entre el
significante y el objeto mismo. Pero hay un grupo significativo de
objetos, procedimientos, actividades y conceptos que, por diferentes motivos,
han sido nominados en honor de una persona, confiriendo al individuo un muy
preciado galardón: una vida en el idioma perpetuada en diccionarios y
enciclopedias. Se trata de los epónimos. En definitiva, los epónimos ya no son héroes mitológicos que dan nombre a una tribu; hoy llamamos epónimos a los vocablos que derivan de nombres propios, ya sean personas de carne y hueso o personajes de la cultura popular, o incluso de lugar (hamburguesa, napolitana, polonesa). Los personas y los lugares que sirven para crear nuevos vocablos tienen de este modo una nueva vida en la lengua.
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El monte Parnaso toma su nombre del héroe epónimo………….
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LEYENDO A DON EPÓNIMO (un aporte)
Le decían así por su especial afición a ponerle
nombre a las cosas o a los lugares.
Y uno –o más de uno- se pregunta, ¿a quién se le
habrá ocurrido ponerle ese nombre a tal cosa? O ¿por qué?
Bueno, muchas de éstas respuestas las tiene Don
Epónimo.
Famoso Dios griego de la mitología olímpica,
campeón olímpico en las artes de nominar, o denominar, que también vale. No importa el
diccionario que abran, o en qué lugar de ese santuario de palabras estén buscando,
que podrán verificar que un sinfín de ellas provienen del griego. En particular
de ese griego. Porque cuando leemos “…del griego tal cosa” asumimos
que quieren decir que provienen del idioma griego, cuando la mayoría de las
veces es del griego Epónimo, y no ponen el nombre de él para evitar ser
redundantes o, respetuosos de los Dioses, no los nombran en vano. Por eso
conjeturo que se las podemos atribuir -con
poco margen de error- a nuestro antecesor lingüístico arriba mencionado.
Para los especialistas en fonética griega no
resultará curioso el hecho de constatar que la e y la i –dependiendo del
contexto- se pronunciaban de forma casi idéntica en aquellos tiempos.
Por ejemplo: Epónimo y Epónemo serían sinónimo o
sinónemo (sin s, porque es singular).
Me imagino esta escena: Epónimo recostado en la
ladera del monte pensando….¿ y a esta cosa que nombre l´ Eponemo?, o ya l´Eponimo?.
Y de ahí salía todo. Para mí está de lo más claro.
Esto apoya la teoría que explicaría el origen de
algunas palabras, o sea su etimología. Que no viene siendo nada más que el
estudio o el tratado de la etimo, como lo indica el vocablo. No sé si me explico.
Otra cosa importante era que a Don Epónimo había
que tenerlo siempre de buen humor. Así decían los otros dioses. ¡Que Don Epónimo no se nos enoje -decían- porque si eso sucede se pone a
inventar malas palabras, que después estarán en boca de chicos y grandes, o
peor aún, en la mente de beatos y beatas que poblarán nuestro amado Parnaso.
Ruego inútil. No se sabe a ciencia cierta la
cantidad de éstas que inventó cuando montaba (de monte, no de montar como se cree)
en cólera. No es fácil el idioma, hay que estar con todas las luces prendidas,
valga la redundancia.
Cuenta la mitología ( la griega, claro ) que por
ese motivo fue echado del Parnaso , que era un Paraíso (como lo indica el
prefijo ) y condenado a irse por la ladera meridional, que estaba bañada por la
fuente Castalia.
Estaban los parias obligados a leer un cartel que
decía: “Perded toda esperanza, ustedes
los que se van”, escrito en griego, claro , y el barquero que te llevaba a la
otra orilla era el mismo que te entraba si estabas en la fila (cola) adecuada.
Llevaba colgando de su cinto un gran aro de donde
pendían todo tipo de adminículos apropiados para escribir, a saber: plumas de
ave, lápices de grafo, lapiceras a tinta, Biromes (otro epónimo), trozos de
carbonilla etc…destinados sólo a los que ingresaran al monte.
Aquél que quisiere continuar con esta historia,
sólo tiene que pedirle prestado uno cualquiera, y ponerse a remar (escribir) si
pretende llegar a la otra orilla. Bernie5422
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