Pablo Neruda: La palabra

"…Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras… Las inesperadas… Las que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen…" de Pablo Neruda: LA PALABRA

16 feb 2014

COMO BOTÓN DE CHALECO


Discretamente disimulada, la palangana de cerámica reposaba junto a la jarra de idéntico diseño, sobre aquél delicado mueblecito de madera oscura, recostado en la pared que quedaba a la izquierda, como yendo  al pequeño excusado.
Pequeño pero pulcro. Una ducha sin bañera, cortina de tela blanca, de seda, con pequeñas rosas bordadas en la misma tela y con el mismo blanco tiza, un gancho de cerámica de donde colgaba una toalla de baño, que sólo ella utilizaba, y otra haciendo juego, más pequeña, prolijamente doblada en dos y acompañada por el cepillo de pelo, el de los dientes, y el pomo de pasta dental.  Esos cuatro elementos en una repicita, justo debajo del espejo de marco  trabajado en relieve y todo pintado de dorado a la hoja.
Piso damero, sobrio y coqueto, en gris y beige, el mismo tono del estucado de las paredes y del encalado del techo.
Chico diría, menudo casi mínimo, el departamento terminaba en sus escasos 40 metros, en un dormitorio que se adivinaba detrás del biombo de madera -laqueado en un verde pálido-, que enfrentaba a la puerta de madera maciza que daba acceso a la vivienda.
Vivienda, en el estricto sentido de estar destinada a casa-habitación, no se podría decir.  No tenía cocina, por ejemplo.  Sólo un pequeño calentador eléctrico y los utensillos necesarios para preparar un té o un café, todo adentro de una heladera tipo frigobar, puesta en la pared opuesta al mueblecito de la palangana.
Colgaba del techo, justo encima de la cama matrimonial, un ventilador de techo con aspas de esterilla, que también armonizaban con el color de las mesas de luz y los tirantes de la cama.
Debajo de ella, en una gran caja, guardaba algún juego de cama y varios paquetes con fina ropa interior de varios colores y diseños.  Una frazada y algunas almohadas extras, en un arcón de madera con grilletes de bronce, al pie de la cama, terminaban el decorado.
¡Ah!, no, me olvidaba. Dos cuadros de paisaje, uno de campo y una marina, de buenos artistas nacionales, los dos a la misma altura, el mismo marco, y en la misma pared.
Casi decorado y diseñado como los que se pueden apreciar en esas revistas de interiores.  Sucede que para Eloísa o Eli -como le gustaba que la llamaran- era muy importante que ese lugar fuera muy acorde con sus gustos personales, pues pasaba allí la mayor parte de las horas del día o de la noche.
También tenía que dar una muy buena impresión a los que allí entraban.
Porque mire que entraban. Uno atrás del otro, como botón de chaleco, como dice el dicho (que es lo que hacen los dichos, por otra parte).  Es que ella era muy profesional, y eso se sabía.  Tampoco era muy elevado su arancel, pero seleccionaba, en lo posible, a sus clientes. Discreción y buenos modos.
Lo tenía claro.  Lo primero era aparentar satisfacción y gusto por estar con la compañía de turno, y su experiencia le había enseñado a no necesitar involucrarse emocionalmente con la otra persona.
Soltera y sin compromiso, Cerraba con doble llave al irse del trabajo, y hasta el otro día.  Así era como tenía planificada su vida laboral.  Separada por completo del resto, del que no nos ocuparemos por ahora.
Porque lo que sucedía dentro de ese departamentito, y lo que se vivía dentro de ella, sólo lo supe en detalle cuando sentadas en un café, me lo explicó todo, así como se los estoy contando a ustedes  ahora.
Vivía yo en el mismo edificio, puerta por medio, y un día, por esas cosas del momento, entablamos conversación, y a partir de allí, hablábamos todas las veces que podíamos, en una charla sencilla, pero franca. Por eso lo sé todo, o casi todo.
Eli comentaba de su trabajo sin tapujos, ni vergüenza social. En un idioma coloquial pero culto a la vez, descubría con detalle todo lo que fuera de mi interés, en el afán de enseñarme un poco más de la vida.  Porque miren que esa mujeres si algo saben es de la vida. Como en un confesionario, o en el diván del analista, comparten dichas y desdichas de muchas personas. Las conocen por dentro más que lo que pueden saber los que con ellos conviven a diario.
Hombres y mujeres por igual, claro.  En su trabajo no había discriminación ninguna, de ninguna clase.  Mientras fueran educados y limpios, cualquiera gozaba de sus favores- decía- entornando cómicamente sus ojos y con una sonrisa maliciosa en su rostro.
Una mujer bonita y sensual.  Siempre bien vestida, o por lo menos a la moda, y nunca dejaba de estar algo maquillada, muy discretamente, por otra parte.

Y bueno, lo que les quería contar viene ahora, pues aquél día yo, no ella, me pasé de la dosis de vino blanco, y derribando alguna barrera de discreción, me lancé a preguntarle de su vida personal, de sus sentires, de sus sentimientos, y de cómo los manejaba.
No dudó en responderme, porque más allá de todo, yo no representaba ningún peligro para su trabajo ni para su integridad personal, y que además -me dijo-  le unían a mí cada vez más, lazos de empatía y compañerismo. Además, éramos de la misma generación, y eso ayudaba.
Y hablamos de lo sexual, como era de esperar.  Era casi lo que más me interesaba saber de ella.  Y bueno, me contó de sus primeros pasos y de cómo había progresado en su labor, y de cómo se defendía (sí, defender era el verbo que utilizaba) del peligro de mezclar su trabajo con sus placeres.  Al punto de confesarme que no tenía novio, ni había tenido una relación amorosa en muchos años.
Lo que más me sorprendió de la confesión, fue que me contó que no sabía lo que era experimentar un orgasmo, que nunca le había pasado, pero que no perdía las esperanzas de tenerlo algún día.
Me quedé de una pieza, pueden imaginarlo.
Me confesó que lo que deseaba íntimamente, era que algún cliente, hombre o mujer, no interesaba, alguna vez, tuviese la delicadeza de tratarla como una persona necesitada de recibir, no sólo de dar, y con tal afecto, que le hiciesen olvidar su esmerado trabajo, y le permitiesen sentir y disfrutar del sexo sin fronteras.
Ese día nos quedamos fuera de hora, haciendo extras, conversando, hasta que cerraron las puertas del café. Le dije que sería un capítulo aparte en mi tesis  (cambiando nombres originales por otros de fantasía, claro) del doctorado de sociología que estaba a punto de finalizar, y me dijo que sí, que por ella, todo bien.
Desde aquél día, han pasado algunos años, yo me mudé bastante lejos de la ciudad por temas de trabajo, pero siempre supimos seguir en contacto.
Hace poco, para fin de año, recibí de ella una postal de esas grandes y muy dibujadas con un enorme ¡¡felicidades!! escrito al frente.  Al abrirla, en  medio de signos de admiración y corazones dibujados por ella, había escrito: conocí el cielo, por fin. No era como me lo había imaginado, era mejor. Un beso Eli.
Deposité en el buzón la carta, en donde le preguntaba si eso había en alguna manera cambiado su estilo y modo de vida, pero eso ha quedado sin respuesta  hasta el momento.
Probablemente sea buen material para un nuevo escrito que tengo en mente. De todas maneras, será con su permiso, no antes.  Eso también le decía en mi carta.
Bien, ya tienen bastante material para la discusión en el seminario.  La seguimos mañana.  Gracias

                               Bernie5422

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