Pablo Neruda: La palabra

"…Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras… Las inesperadas… Las que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen…" de Pablo Neruda: LA PALABRA

24 ene 2014

LOS ESCRITORES EN EL PARNASO

Nuestro querido moderador Slictik, el que nunca reposa, nos ha abierto un nuevo hilo, imaginando un lugar -nuestro Parnaso- donde escribir a troche y moche, al modo y gusto de cada uno. Hice dos entregas y las comparto con ustedes. En ese lugar habitan los dioses y las musas. Él se rebautizó Résec, que no es otra cosa que César al revés, que es su verdadero nombre, y con ese apelativo es un semidiós en el Parnaso. Ahora los textos:

                                          NIERBE, EL BISÍLABO

Le llamaban Parnaso, pero le tenían puesto un apelativo con el que todos se habían puesto de acuerdo: Parnaso el trisílabo.
Tal mote se lo había ganado por votación, y en ella por abrumadora mayoría, pues decían que los dioses letrados que allí vivían, podían con sólo tres sílabas escribir o describir lo que se les antojara.
Lo maravilloso era que a partir de la tercera – que era elástica- se podía llegar hasta la palabra más larga que se quisiera inventar.
Para eso son los dioses, claro.  Tal cosa no estaba en tela de juicio.
De algo parecido disfrutaban también los semidioses, que no eran dioses sólo al cincuenta por ciento al pie de la letra, porque su segunda mitad también era elástica, y a veces, pocas, podían estirarse y lograr textos que los convertían en dioses completos todo el tiempo que duraba la lectura de lo escrito.  Luego, todo volvía a las dimensiones originales.
Disfrutaban de estas especiales condiciones todos aquellos que se vieran necesitados de utilizar la escritura, como si fuese la varita mágica de las hadas terrícolas, y transformar la realidad en una realidad ficticia o, hacer que la realidad escrita fuese más elocuente que la mayor fantasía a experimentar.
Era de lo más complicado, pero todos decían que se les antojaba de lo más gratificante el resultado de la tarea emprendida,
Sólo los dioses podían comprender cabalmente semejante afirmación.
Antes de ser dioses completos, a ellos les sucedía algo parecido.
La mitología nos enseña que las reglas que se establecieron allá a lo lejos en el tiempo, establecían que se convertirían en dioses aquellos semidioses que hubiesen escrito una cantidad tal de textos, como para ser pasibles de ganar una de las estrellas del firmamento.
A más cantidad de textos presentados, más cantidad de estrellas, y sin límite de acumulación.
Cada dios lucía delante de él, como levitando, a la altura del pecho, las estrellas ganadas, y de esa manera los semidioses sabíamos la conducta que teníamos que tener frente a cada uno de ellos.
Eran nuestro referente. No era preciso creer en los dioses.  Ahí estaban, al alcance de la mano, como quién dice.
Como quién dice, es inexacto o da lugar a confusiones.  Porque tan al alcance de las manos no lo estaban, ya que los semidioses no podían entrar por su propia voluntad a ese monte.
Pero siempre hay uno a quién nada le importa y es amigo de cualquier exceso, y así le fue.
Rásec era un semidios con tantos escritos y tan extensos, que se había ganado el mote de Rásec  el prolífico.  Le gustaba siempre estar azuzando a los demás semidioses con diversas formas de desafíos letrados, tanto que ya se había ganado un lugar cercano a los dioses.
Acorde con su personalidad rebelde, cuenta la historia, que desoyendo la prohibición de penetrar en el monte, ingresó a él sin permiso, y además dispuesto a quedarse un tiempo largo a juzgar por la cantidad de provisiones que llevaba en sus alforjas.
Hasta tenía puestas las sandalias especiales para subir al citado monte.
No sólo no lo pudo escalar todo, sino que además de perderse por el camino, los dioses se enojaron con él, y en penitencia le obligaron a cambiar de mote por uno que fuese impronunciable, y apenas se pudiese escribir sin antes dudar si la C iba antes o después de la K.
Un castigo ejemplar, aunque es tal el amor y la pasión que siente  por las letras, que no sufre mucho por estar junto a los semidioses. Es sabido por otra parte, que en segunda clase se divierte uno mucho más que viajando en primera.
Por otra parte, si nos consultan, seguro que le pediríamos a los dioses indulgencia, pues se ha ganado el afecto de todos nosotros.
Como disculpa, siempre arguye que él sólo quería imitar o seguir los pasos de su verdadero dios, un tal Cervantes, que sí pudo entrar al monte en lo que dio en llamar su “Viaje al Parnaso”.
Como se habrán dado cuenta, quien les está relatando todo esto, no es ni más ni menos que Nierbe el bisílabo, que hasta para inventar el nombre le copié a Rácec, a quién admiro, y que espero no se indisponga conmigo por haber puesto en evidencias sus características personales.
Ahora dejo éste relato, pues entre los desafíos que tenemos que enfrentar los semidioses que aspiramos a un upgrade  (del griego subir un peldaño) está el de enamorar a la diosa Musa, y nosotros inspirarle a ella el deseo irrefrenable de soplarnos al oído algo que nunca hubiéramos imaginado u oído sin su ayuda.
                                                               Nerbie5422 
Y ahora el otro..............

                                          MÉNAGE A TROIS

La pacatería no es un don apreciado por los dioses, y quién la detentara como propia sería castigada al modo en que los dioses lo hacen: con un hechizo.
Y así fue como le sucedió a Hajo, con H, una diosa embrujada, una diosa encadenada a un castigo, una diosa extremadamente hermosa y deseable,  que sufría la pena terrible de estar íntimamente ardiente de pasión desenfrenada, pero sin poderla evidenciar a quién la mirase, y sólo se rompería tal hechizo cuando le escribieran sobre su cuerpo el texto más erótico jamás visto u oído en el Parnaso.
Siempre sola, incapaz de jugar con las otras ninfas.  Todo le estaba vedado por su condición de pacata. Siempre cubierta de rubor, siempre los ojos bajos, y la mirada huyendo de las escenas libidinosas que se veían por doquier. Pacata por fuera y una fiera desenfrenada por dentro.
¡ Ah dioses del Parnaso!  Exclamaba en un grito mudo y reprimido.
¡Escribid, escribid , escribid, hacedlo tanto, hasta que a alguno se le ocurra aquél relato que me libere de mis cadenas del deseo, y me llene de letras sin vergüenza, de tal modo expresadas, que me transformen en el cuento erótico jamás pensado y escrito, que me revelen por fin -rompiendo el hechizo- en la que más deseo: en la hoja inmortal, en la hoja inmoral, en la reina del orgasmo escrito, en la más satisfecha.
Y así, con ese destino, deambulaba la diosa más hermosa, la más ansiosa. Una DIOSA con mayúsculas.
Porque nunca antes y nunca después alguien podría tener el más maravilloso sexo, como el que disfrutaría el que lograse sobre su piel poner el tan ansiado texto. El más perfecto “menage a trois”; el trío imbatible; el triángulo perfecto: una hoja, un escritor, y un relato.  El relato inmortal escrito sobre la hoja virgen más famosa del Parnaso. Nada supera al orgasmo escrito, y ella lo sabía (era su secreto), es perfecto, y se obtiene todas las veces que acudas a la hoja, y se repite sin cansancio cada vez que se la lea toda. Un orgasmo de los dioses, como se suele decir. Sería una de las pocas veces en que la ficción superaría a la realidad. Y eso está reservado sólo a los semidioses, y sólo uno será el ganador.
Me siento a competir. Pluma en mano, los ojos con una mirada perdida en el cielo, la mente vagando en el éter, y un rezo clamando piedad a los dioses. Piedad para con este escritor enamorado de Pacata la inorgásmica, o Hajo con hache como la llamamos acá. Dejadme romper el hechizo, que muero de amor. Alguien que me sople aunque sea una línea, después yo sigo.
Y así están las cosas en el Parnaso y sus alrededores.  Ella vagando sola y ellos escribiendo.  Que los dioses se apiaden de ambos. Eso, también es un deseo. Nerbie5422

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