Pablo Neruda: La palabra

"…Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras… Las inesperadas… Las que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen…" de Pablo Neruda: LA PALABRA

16 ene 2014

CONFESIONES CONTENEDORAS

Y aquí estoy. Acaba de entrar la señora de la limpieza, la del moño azul, la que todos los días me trata como el último orejón del tarro. Realiza toda su tarea a buen ritmo, y para finalizarla echa toda la basura en una bolsa negra grande, de esas que se usan en los consorcios, y finalmente me vacía dentro de ella.
Y allí quedo otra vez, al lado de viejo escritorio de roble, donde reposan una vieja máquina de escribir, un ordenador de última generación junto al cenicero de grueso cristal, y la bandeja de plástico repleta de hojas en blanco.
Todos a la espera del hombre. Cuando él entra, siempre la misma rutina. Se sienta, enciende un cigarrillo tras otro, luego se levanta, camina en círculo rascándose la nuca ( siempre que piensa lo hace), y de pronto se sienta de nuevo, como decidido a escribir. La más de las veces lo hace en el ordenador, pero a mí lo que mas me gusta es cuando desenfunda la vieja Olivetti. Ahora que lo digo, me gusta la música que saca de ella. No sólo el sonido de las teclas castigando la cinta bicolor, sino también la alegre campanilla que suena al término de cada línea, como lo hace el que en la orquesta toca el pequeño pero sonoro triángulo. Y de nuevo el retroceso, para una nueva línea, que me recuerda al bajo continuo antes de comenzar el recitativo.
Y quedo atento, pues me puede tocar a mí.
Brusco, casi rabioso, arranca de un tirón la hoja colocada en el carro, y hecha un bollo me la tira adentro, como los jugadores de baloncesto, cada vez acertando pues le quedo al lado. Así cualquiera. Es entonces que participo en el asunto.
Sucede que sin comprender mucho la cosa, ellas (las hojas) sienten una profunda tristeza al ser así abandonadas. Y yo tengo que inventar explicaciones para mitigar su angustia, y tratar de elevar su autoestima.
Entonces les explico, les hago creer, que ellas son las precursoras de un gran relato, y que sin su aporte nada de eso se hubiese podido lograr. Que esa era su gran misión, y así, de ese modo, ellas misma se van secando sus lágrimas, y se quedan mas tranquilas, resignadas a correr con su destino. No lo puedo evitar, la solidaridad me puede. Soy, de alguna manera como el celador escolar, que en cada recreo se despide de sus alumnos para esperarlos y cuidarlos otra vez cada día.
Por suerte siempre encuentro alguna hoja con capacidad de escuchar, y puedo-también- volcar en ella mis propios problemas. Sucede que desde que me fabricaron, cargo con un complejo de género pues no sé si debo ser canastilla o cesto de papeles. Cada uno carga su cruz, la que le toca asumir.
Pero no puedo seguir con ustedes, pues mientras esta charla tomaba carácter, ya me han tirado como tres, y sus incipientes sollozos no me la dejan continuar.

 Parece que hoy va a ser uno de esos movidos días, en que me hallo -al final- repleto/a de hojas ya mimadas y por fin tranquilizadas. Será pues, hasta mañana si Dios quiere.

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