-Escuchame bien, -le dijo- dejá el diario, bajate los lentes y oíme que te va a interesar. Te va
a llamar la atención, no lo vas a poder creer. Si te lo dice otra persona que
no sea yo, vas a pensar que es puro cuento, que son habladurías, que te lo dice
porque no tiene más nada de qué hablar, o cosas por el estilo, algo así. Hablar
por hablar, como se dice vulgarmente, pura cháchara sin valor alguno, palabras
huecas, o conversaciones que se las lleva el viento.
Él, siempre atento, en el sentido de
obediente, hizo lo que se le pedía, pero casi sin ganas, parsimoniosamente. Primero
dobló el periódico sobre las rodillas, y luego se sacó los lentes con las dos
manos, dobló una patilla por sobre la otra, y luego de envolverlos en la
gamuza, los encerró sin ruido en el estuche de cuero duro que había dejado en
la mesita de luz. Acto seguido -se podría adivinar cierta resignación en su
cara, pero sólo adivinar, porque ningún gesto acompañaría tal presunción, tal
sospecha, ni al más intuitivo, ni al más sagaz de los interlocutores-, dirigió una
mirada de párpados cansados, entrecerrados,(como si estuviesen agotados por la
lectura) a su esposa, que le hablaba desde la silla del comedor, donde cosía.
Casi sin respirar, o sólo tomando el aire
necesario para continuar el cuento, ella siguió desgranando la anécdota que se
perfilaba interminable, a juicio de cualquier observador que como yo, le gustase siempre resumir, ir al grano, atacar el centro del asunto, en fin, sintetizar aquello de lo que se habla o se cuenta.
Te podrás imaginar, (ella continuaba con la letanía del
cuento) que a pocos días de venir al barrio a vivir juntos en el departamento
de arriba de lo del panadero de la esquina, que les alquiló barato, ese que
construyó, si te acuerdas, después de quedar viudo, y con la plata del seguro
de vida de la señora. Te das cuenta que se lo dijo sin ambages, sin
circunloquios, sin darle vueltas a la cosa, sin rodeos, casi sin sinónimos, yendo
al punto específico, como una bala certera, como la punta de un cuchillo,
directo al corazón.
- Ahí tomó
aire, insufló un poco los pulmones, respiró hondo -una gran y profunda
inspiración-, y siguió con el relato, que a esta altura se me hace casi
insoportable por lo extenso, lo interminable, que parecía que nunca acabaría, en
fin, “the never ending story”, no sé si queda claro, no sé si me explico, o si
me entendés lo que te digo, lo que quiero expresar. Así, de una.
Parece ser, según me contó la vecina del segundo, no
la del segundo del edificio amarillo de al lado, la otra, la del segundo del
edificio blanco, la casada con el médico, que es mujer de fiar, en el sentido
de que se le puede creer lo que te cuenta. ¿Vas captando? Bueno, parece que a tan poquito tiempo de
estar viviendo juntos, como pareja, como usan ahora los jóvenes, sin papeles,
con o sin hijos, pero sin comprometer un futuro en común con la firma de nada,
le zampó en la cara al pobre muchacho, que parece que no se la esperaba, porque
te digo, dicen que es trabajador, que se levanta temprano para abrir el negocio
donde lo emplearon de mandadero, y llega a casa después de las siete de la
tarde, casi sin haber comido, y después de haber llevado cajones con pedidos vaya
uno a saber a cuantos clientes en la bicicleta de reparto, esas de canasto de
metal, bastante pesadas, te digo.
Bueno, no me quiero extender, así podés seguir leyendo
tu bendito diario, que no lo dejás ni que llueve o truene, es lo único que te
interesa, que no sé cómo logro que le saques la vista de encima. Claro, lo que yo te cuento, nadie te lo
cuenta, que si no….
Y bien, como te decía, lo miró a los ojos y le dijo:
te dejo, Julio, hueles mal.
-Y sin mediar
palabra, casi sin esperar la respuesta, recomenzó su labor de costura. ¿Viste esas mujeres que siempre están cosiendo algo? Bueno, de esas te estoy hablando.
Mirá vos! Atinó a comentar el marido, para luego
montarse de nuevo los lentes y abrir su diario que le esperaba en sus rodillas,
prolijamente doblado.
Bueno, eso era lo que te quería contar, palabras más,
palabras menos, para que te enteres de cómo va la juventud de ahora. A mí, me deja sin palabras. ¡Qué querés que
te diga!
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