Hoy la vi por
vez primera. Ella no lo sabía, ocupada en su tarea no advirtió mi presencia, y
si lo hizo, no por ello dejó de trabajar.
Había logrado ya
el cometido, pero todavía no podía darla por finalizada. Iba para adelante y
para atrás por la “cuerda floja” pero segura de no perder el equilibrio.
Después de todo, ella la había elaborado con sus propias “manos”, y sabía de
sobra que le resistiría.
La otra,
forcejeaba con todas sus fuerzas, pero no se podía librar de la trama, y eso
que la había atrapado apenas de un punto.
En el frenesí de querer soltarse corría el peligro de quedar maniatada
en más hilos y quedar vencida sin posibilidad ninguna de escape.
Comprobada la
eficiencia de su laborioso tejido, se retiró ufana para contemplar desde una
segura distancia la agonía de su víctima.
Era- y eso lo
entendí al rato de debatirme entre intervenir o no- la muerte de una y la
sobrevida de la otra. No era mi pelea, y alguien me enseñó que hay que saber
elegir bien la que te toca.
La araña tendría
mosca para rato, y esa se había salvado del matamoscas que yo traía en mi mano
persiguiendo a otra, pero le tocó una muerte distinta, pegoteada al hilo de la
fuerte telaraña.
Quien mandaba en
esa competencia no era ni la araña ni la mosca, sino algo mucho más profundo e
intrincado: el famoso “instinto de supervivencia”. Siempre he quedado sorprendido de la
exquisita y variada demostración de su existencia. Sólo él comanda el
resultado: uno muere y el otro vive.
Huir o pelear, esa es la consigna. Vencer o
ser derrotado es otro capítulo, y dependerá de múltiples factores, que no
siempre dependen del tamaño físico de los oponentes. En este caso en particular, la mosca era al
menos dos o tres veces más corpulenta que la arañita. Recordemos a David y Goliat, otro ejemplo de
lo que estoy diciendo.
Pero no me
quiero alejar de lo que pensaba mientras observaba la pugna. ¿Será que así como
el instinto manejaba todos los hilos del angustiante combate, así los hombres
respondemos a un mandato inapelable? ¿Será que la convivencia pacífica amparada
en razones mentalmente elaboradas, será inefablemente derrotada por el famoso
instinto, hagamos lo que hagamos?
Tengo miedo de
escuchar una respuesta. Preferiría
permanecer ignorante, creo. Porque sospecho que no me va a gustar la conclusión
a la que llegue al oírla.
Ni la araña ni
la mosca saben de ética, ni tienen idea de lo que significa la compasión, ni
tampoco la solidaridad, y menos el arrepentimiento. Nosotros sí. Pero igual que
ellas, matamos para vivir, o vivimos para matar ¿Acaso hay diferencia, si el
final es el mismo? Alguien muere.
¡Cielos, he
develado esa incógnita y hasta lo he puesto por escrito!
Sólo me queda la
esperanza, ese débil hilo que sostiene a la humanidad y la quiere salvar de su
natural destino.
Profetizaba
Einstein: “la cuarta guerra mundial la harán con piedras y con palos”
Que alguien
refute su teoría, si puede, por favor le pido.
Bernie5422.
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