Pablo Neruda: La palabra

"…Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras… Las inesperadas… Las que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen…" de Pablo Neruda: LA PALABRA

2 oct 2013

LUDOVICO



El hombre caminaba acercándose lentamente hasta la puerta de calle del edificio de apartamentos, mientras con su mano derecha extraía del bolsillo trasero del mismo lado, un pequeño manojo de llaves y mientras introducía la principal - con la que abrir la pesada puerta- con su mano izquierda y con el dedo mayor, pulsaba tres veces el timbre del departamento 302 del tercer piso en donde vivía.
Nadie lo esperaba, ni él esperaba que alguien estuviese aguardando su llegada. Para él era como un ritual divertido y nunca , ni una sola vez, dejaba de hacerlo.
Sin ascensor, siempre subía los cuarenta y cinco escalones de dos en dos, pero pisando solamente los impares, comenzando a contar moviendo los labios pero en silencio, uno, tres, cinco, y así sucesivamente hasta el último peldaño.
Lo curioso del caso, es que al bajar esa escalera, otra era la secuencia. En el descenso siempre era apoyándose en los escalones pares y así hasta llegar a pisar el último.
Todos los días se repetía esa rutina al ir y al volver de su trabajo, en donde se desempeñaba como administrativo de una oficina de recaudaciones del estado, de lunes a viernes y de 8 de la mañana a cuatro de la tarde. 
Cumplía bien con su tarea, pero si bien era de trato afable, nunca tomaba la iniciativa de hablar con sus compañeros de piso. Si le hablaban, respondía. Atento si, de buenos modales; cortés, pero parco. El mínimo posible de palabras, y pocos o casi ningún gesto acompañaba la escueta charla.
Luis María Valenzuela salía de ese local y a medida que se consumía el tiempo que llevaba el viaje a casa, se iba produciendo en él un cambio interior - aunque nada lo hacía evidente- , que se manifestaba por primera vez cuando extendía su dedo mayor y comprimía tres veces seguidas el timbre.
Y comenzaba el juego.
Porque así era él, un jugador compulsivo, un ludópata - se podría decir - en la versión mas inocente y banal que uno se pudiese imaginar.
En ningún caso, y sin importar el tipo de juego con el que se estuviese divirtiendo, le animaba algún sentimiento de competencia, o de ventaja o pérdida, y no conocía el verdadero sentido de la palabra adversario.
Sólo eso eran sus vespertinas horas: un juego multifacético, rutinariamente cambiante, de cuatro y media hasta las ocho de las noche, en el que el final del juego dejaba paso otra vez a un Luis metódico, cotidiano, casero, sin sobresaltos, que cenaba a la misma hora, y a la misma hora apagaba la luz de su dormitorio, y hasta el otro día nada cambiaba de ese idéntico proceder.
Es que nada de eso le producía algún sentimiento de contradicción. Coexistían perfectamente bien las dos personalidades con ese mismo y único cuerpo, o mejor se podría decir con ese único y mismo envase.
Lo que cambiaba cada vez era el contenido. Tanto así, que el día que descubrió y adoptó su otro nombre - Ludovico - desde ese preciso momento, se sintió pleno, y en total estado de equilibrio.
La cosa fue así: sólo por azar, se enteró que la versión germana de Luis, era justamente Ludovico, y jugando con las letras, descubrió-emocionado- que escondido entre ellas se podía leer la palabra lúdico.
También notó que las primeras cuatro evocaban el famoso juego con dados , fichas y un tablero. Comprendió, satisfecho, que su otra mitad era todo juego, incluso desde su apelativo. 
Y esas eran las únicas reglas a seguir: de tarde Ludovico, y el resto de las horas, Luis.
Ludo ( así se llamaba a él mismo cuando quedaba solo), gozaba de una respetable destreza manual, y con la satisfacción de hacerse él mismo sus juguetes, construyó ese mismo día un dado en cerámica moldeable y pintó a su antojo una serie de láminas con diferentes figuras representativas de los juegos en los cuales participar. En lugar del uno -por ejemplo- dibujó un naipe, y si al lanzar el dado quedaba hacia arriba la carta, ese día el juego comenzaba con varias manos de solitario. Para el número dos , se iba al club de ajedrez, donde se pasaba el resto de la tarde, partida tras partida, ganase o perdiese, siempre de excelente humor y disfrutando enormemente las buenas jugadas de él o de sus circunstanciales compañeros. Ya lo conocían allí, y si bien no lo comprendían del todo, nada le objetaban, pues tal actitud no era en desmedro de un buen desempeño a la hora del partido. Del tres al seis podían aparecer sucesivamente un tablero de ludo, una foto de un parque de diversiones, un scrabel, un mazo de cartas de tute, etc.
Ingeniosamente lo había diseñado con figuras que se adherían por imanes y eso le permitía hacer aún mas divertidas las chances de juego.
Cuando iba al parque de diversiones era como esos chiquillos que de la jaula de monos corren al sube y baja, y después al tiovivo, para luego treparse en todas las hamacas y de allí correr a otro y a otro sin parar. Era todo diversión.
Iba a ese lugar también un vendedor ambulante que ofrecía a la venta deliciosos barquillos que llevaba dentro de un cilindro de metal que colgaba del hombro. Cuando aparecía el cliente, lo descolgaba, lo apoyaba sobre el piso, y moviendo la manivela cual aguja de un reloj, dejaba que al azar - cuando se detuviera- señalara el número de unidades que de premio obsequiaba al comprador, deduciéndolos del precio final. A esto Ludovico no se resistía. Era casi una pasión.
Un día, el timbre dejó de sonar y el dado cesó de rodar pues Ludovico al salir del predio de la feria, divisó al barquillero alejándose por la vereda de enfrente, y no pensó mas nada que en hacer girar la manivela de la fortuna. Cruzó la calle corriendo- igual que un niño, sin mirar- y nada pudo hacer el conductor del camión que por allí circulaba, para evitar golpearlo con toda su fuerza con el paragolpes delantero.

Y así quedaron los dos en el medio de la calle, Luis María Valenzuela muerto, y Ludovico, definitivamente fuera de juego.
Bernie

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