Pablo Neruda: La palabra

"…Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras… Las inesperadas… Las que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen…" de Pablo Neruda: LA PALABRA

1 may 2014

EL APODO

* Foto SYM Sonymage. Autor JJGUISADO. Título "Sueño de fantasía"



El APODO 

Endiabladamente bella. Eso le dijo su compañero de clase, aquél flaco que se sentaba al medio de la última fila del salón. Era ya el segundo año consecutivo en el que compartían aulas de filosofía y letras, y lo tenía bien identificado. 
Por eso había tenido la oportunidad de conocerle bastante bien. Le sabía un chico ocurrente, bastante agradable se podría decir, y bien mirado, no era feo del todo. Delgado, como la gran mayoría de los adolescentes de esa edad, vestía bien y era bastante pulcro. Lo que lo diferenciaba de los demás era su hobbie, y todos lo sabían. Le apasionaba –era ya una costumbre en él- sintetizar el perfil de alguien apodándolo, y como ese juego le gustaba de veras, se tomaba el tiempo necesario hasta que lo conseguía a satisfacción. En eso ponía a disposición toda su creatividad, y había logrado entre los de su clase cierta ansiedad -que él disfrutaba por cierto- para ver quién era el próximo destinatario, por no decir su próxima víctima, y verificar si había acertado o no en la selección.
No siempre el apodado quedaba conforme con el mote, pero el flaco no ponía reparos en ese punto. Lo que más le interesaba era lograr su propósito: no tenían que quedar dudas de si le tocaba llevar ese nuevo nombre o no. Ése que él había elegido le tenía que calzar perfectamente al fulano o fulana de turno.
Encontrar un especial modo de ponerselo a Lucy, le había llevado más cavilaciones que de costumbre, pero la espera estaba más que recompensada. Creía -estaba seguro- que ésta vez su ingenio le había dado muestras de excelencia, y lo pensaba poner a prueba lo antes posible.
La oportunidad se le había presentado, pues en el cumpleaños de una de la clase, que se festejaría el próximo domingo, la sacaría a bailar y se lo diría al oído sólo a ella, y se quedaría esperando para ver cuánto tiempo le llevaba a Lucy develar los misteriosos caminos que había recorrido hasta encontrar el dichoso apelativo, y por sobre todas las cosas si lo lograba o no. Era como un desafío que se había impuesto. 
Cambiaba ésta vez, su acostumbrado modo de hacerlo. Siempre buscaba el momento de mayor concurrencia, o él mismo generaba el ambiente, y entonces sí decía: se me ocurre que a fulanito, a partir de hoy, le podríamos llamar….., y se lo zampaba, dándole los argumentos por los que había decidido llamarle de ese modo. Claro, con toda esa estrategia, el éxito final estaba bastante asegurado.
Y efectivamente la sacó a bailar en el cumpleaños, y mirándola fijamente a los ojos, acercó lentamente su cabeza a la de ella, la ladeó lo suficiente para que la boca de él quedase cerca del oído de Lucy, y le dijo: endiabladamente bella, Fer.
Sólo eso dijo, y retirando la cabeza hasta enfrentar nuevamente la de ella, se quedó, otra vez, mirándola fijamente y en obstinado silencio.
La muchacha, que de tonta no tenía nada, quedó a pesar de ello, algo desconcertada. El muchacho nunca había dado especiales señas de haberse fijado en ella más que en las otras, pero tenía que reconocer que hasta ese momento, y en esa noche, él se había mostrado más de una vez, interesado en hablarle, o de estar cerca de ella en los grupetes que a veces se formaban cuando surgía algún interés por temas que congregaran a más de uno.
Revisó mentalmente todas estas consideraciones, pero no le parecieron tan importantes como para asociarlas necesariamente con el cumplido.
Tenía que ser lo del apodo, a pesar de que se lo había dicho sin testigos, y en un susurro al oído, cosa inusual. Y ahí reparó en que él le dijo Fer, no Lucy. 
Igual sintió que algo de cortejo había, que de alguna manera sutil y delicada la estaba seduciendo, pero esa sonrisita maliciosa que le mostraba -mientras- al bailar la dejaba pensando, le hizo dudar si estaba bien rumbeada buscando la solución por ese lado. 
Y finalmente lo dejó con la espina, o como se dice, no le dio el brazo a torcer, pues hizo como si no hubiese oído lo de Fer, y sólo le apretó suavemente la mano.
El baile siguió, la fiesta terminó, y cada cual para su casa; Lucy con su nuevo apodo, y el flaco con la intriga de saber qué pasaría con todo el trabajo que se había tomado.
La fámula, joven, pero no por ello ajena a las artes del misterio y de la complicidad, esperó hasta pasados dos o tres días y le dejó en las manos al despedirse, una nota en la que le decía: “Gracias por invitarme a bailar el otro día, no estaba en unos de mis mejores y me hiciste sentir otra persona con tus halagos. Un beso,LucyFer”
Pablo se guardó el papel en el bolsillo del pantalón, y se fue caminando despacito pensando –equivocadamente- que a ella le había llevado todos esos días darse cuenta de los porqué del apodo. Igual sintió que le había gustado la forma en que todo se había desarrollado, y por segunda vez, aunque por caminos diferentes, Lucy le llamaba la atención muy especialmente.
Y ahora viene el desenlace, lo inesperado, los efectos tardíos de todo este suceso. 
A Lucy nada de lo sucedido le pasó como una simple anécdota. Algo relacionado con todo este jueguito le había de alguna manera conmocionado, y no se daba bien cuenta de hasta dónde, hasta que se vio en la necesidad -inexplicable- de hacer cambios en su conducta, en su modo de hablar y de vestir, y fundamentalmente en su estado de ánimo.
Porque que una joven rubia se tiña de golpe, en un arranque, de furibundo negro, y que de la antes larga cabellera luzca ahora cabello corto y engominado, haciendo juego con ropas oscuras y con tachas, le puede llamar la atención a cualquiera, y más a los que la frecuentaban cotidianamente.
No dejó de concurrir a clase, sólo que rehuía -siempre que podía- el reunirse con los demás. Siempre sola, pensando en vaya a saber qué cosas, y así su comportamiento, conforme iban pasando los días.
Pero no hay mal que dure cien años, y le llegó el momento de todas las explicaciones. Una vez más sola, sin entender mucho lo que le sucedía, y sentada frente al inmenso jardín del colegio, sintió como que un fío helado la envolvía toda, y la súbita presencia de una figura desconocida que de pronto le hablaba.
-¿Y cómo te sentís usurpando mi nombre, mejor? , y cambió de golpe la temperatura, sintiendo Lucy como que ardía por fuera.
Porque si no es así, continuó el desconocido, eso tiene remedio.
Lucy decidió seguir la conversación y aparentando tranquilidad le preguntó cómo sería eso.
El diablo, acostumbrado ya a su planteo, y victorioso la más de las veces, le planteó el tradicional canje, asegurándole a Lucy todo tipo de ventajas de aquí a la eternidad.
Ella sopesó el ofrecimiento unos minutos y le respondió que estaba dispuesta a alquilarle a prueba el cambio, que le dejaba el alma en consignación un par de días, al cabo de los cuales, si ella no estaba conforme, él se comprometía a anular la transacción, y amigos como siempre.
Satanás, que creía que se las sabía todas, quedó de una pieza, sin saber qué contestar.
Y hablando de piezas, antes de que terminara esa que estaban bailando y todavía él muchacho mirándola fijamente, con esa sonrisa socarrona, ella le dijo poniendo cara de circunstancias: ¡Al diablo!, no sabés todas las cosas que me pasaron por la cabeza cuando sentí que me decías todo eso al oído. Y disfrutó de su victoria, así como del contacto con aquella mano que ahora asía con más fuerza.
Bernie





   

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