Pablo Neruda: La palabra

"…Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras… Las inesperadas… Las que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen…" de Pablo Neruda: LA PALABRA

10 dic 2013

RESPONDIENDO A LA CONVOCATORIA

Escribía nuestro moderador Slictik: Hola amigos: Me gustaría que estas fechas navideñas fueran muy especiales para todos los "sonymageros". Aparte de otras actividades navideñas, me gustaría que los escritores, poetas y todo aquel que se nos quiera unir nos juntáramos en una maravillosa cabaña, en un bosque nevado, donde nos calentaríamos al fuego de la chimenea alimentada con troncos, donde cada uno llevara sus alimentos preferidos y sus bebidas navideñas y bromeáramos, haciéndonos regalos, montando el árbol navideño, el belén, saliendo a tirarnos bolas de nieve, a recorrer el bosque nevado en trineo a jugar con los animales en buena compaña y sobre todo a contarnos cuentos, recitar poesía o simplemente contar nuestras historias navideñas, cerca del fuego, con una copichuela en la mano, en paz y camaradería

Y MI RESPUESTA:
Amigos, amigos, vengan hacia acá y miren para abajo!, dijo el flaco de pelo largo. Al punto, los doce hombres dejaron sus lugares en la gran mesa que los juntaba, y respondiendo al llamado, curiosos, rodearon al muchacho y miraron hacia donde les indicaba.
A medida que se abría y se cerraba la puerta de aquella pequeña cabaña de piedra cubierta de nieve –que parecía sacada de una foto- y quedaban sobre la nieve hundidas las huellas de las personas que iban llegando, la expresión del rostro del flaco iba cambiando del asombro a la alegría, y rodeando con sus brazos a sus compañeros reflexionaba contento: eso es lo que pasa con algunos hombres en la tierra; están rodeados de pequeños milagros, pero no los viven como tales, y pierden, a veces, la capacidad del disfrute y del asombro, que no es el caso.
Se darán cuenta, prosigue, que lo que estamos viendo existe y no existe, es a la vez irreal y real, pero nadie lo siente así, o mejor aún, nadie lo quiere vivir así. Está el lugar lleno de emociones nuevas y de nuevos encuentros a cuerpo presente, más allá de donde estén en éste preciso instante sus verdaderos protagonistas. Se siente el crepitar de una leña artificial que arde, y la canasta de alimentos y bebidas la trae un personaje creado (y denme crédito, que de eso yo entiendo) por uno de los visitantes , que a la vez es imaginado por un escritor que aún no ha llegado, pero que se convoca a través de otros dos (uno es un millonario, y el otro representa a un fulano verborrágico y comilón, según su propia definición). Vean, y admiren con asombro, cómo es posible aún en estos tiempos -si hay voluntad- juntar lo real con lo imaginario, hacer cumplir los deseos viviéndolos y palpándolos como logros animados, y todo eso sucede antes de que suceda. Si esto no es un milagro, que venga mi Padre y diga, propone, dirigiendo su brazo y su mirada a un lejano butacón, donde estaba sentado el que todos allí conocían.
Es que sólo hace falta eso, como ya muchas veces les he dicho: el deseo de que algo se concrete, es la real fuerza creadora. El verbo es creador, y nuestros pensamientos y nuestras palabras sus instrumentos. 
Pero díganme si me equivoco, pues todavía ni siquiera es Navidad, yo aún no he nacido, y ya siento el ruido de las botellas descorchándose, el crujir de los turrones al partirlos para el convite, y las voces entremezcladas conociéndose y reconociéndose alrededor de una mesa (igual que nosotros) apostolando por la unión de los hombres y las mujeres para una tierra llena de paz y de armonía.
Es fantástico, de veras, que con un simple artificio electrónico, lo hagan posible. ¿Qué hubiera sucedido de haberlo sabido usar en aquellos tiempos? 
Bueno, lo hecho, hecho está, y no se puede volver atrás. El libre albedrío de esas personas definirá el final de esta real irrealidad.
Parecen ser personas de buena voluntad, a juzgar por sus actos. Propongo darles crédito, al menos, hasta el veintiséis, que es un jueves, y desearles que pasen felices fiestas. 
Y dejando que todo aquello que pasaba allá lejos, siguiese su rumbo deseado, volvieron sus pasos al lugar de origen.
Y allá lejos, pero ahora muy cerca, todo nacía y crecía: la llama en la estufa, el afecto entre las personas-personajes, y un calor que fundiendo la nieve alrededor de la cabaña asemejaba un halo de esperanza rodeando la raza humana, representada por los que quedaban dentro. 
Desde la ventanuca del costado se podía ver a uno de ellos que abriéndose paso, tomaba lugar diciendo: 
-Bueno amigos, éste (se supone), soy yo, Bernie. Si me dejan un lugarcito, acá cerca del fuego, comenzaré un pequeño relato verídico –un regalo sin moña ni papel- muy apropiado para estas fiestas, en donde se conmemora y se honra el nacimiento, la integración familiar y porqué no, el sentir ecuménico, que en nuestro caso particular, marca el tono de innumerables navidades festejadas año a año en mi casa (sea donde sea que estuviese) y siempre con la misma gente.
Reunidos alrededor de la mesa estábamos todos los veinticuatro de noche las dos familias: los Haber y los Muller y las abuelas de cada una de ellas, mi suegra Coca, y Esther, la suegra de mi amigo Meny.
Rosine (la gringa) y sus tres hijos: Mark, Tamara y Nathalie; la dueña de casa (mi esposa Zaira), y nuestros tres hijos: Matías, María Eugenia, Ana Inés, y yo, el judío Haber, que soy yo.
Han marcado –esas citas- un hito y una tradición insoslayable, y les contaré porqué. Cierto día y a punto de ahogarse en una peligrosísima playa esteña - por esas cosas del destino-, Zaira logra salvar la vida de Rosine, impidiendo que se ahogase. Desde ese momento, la madre (judeo-árabe) le dice a mi esposa que le debe la vida de su hija, y a pesar de ser judía religiosa, comienza a venir a nuestra mesa navideña, sin faltar a ninguna. Y con ella, el resto de nuestra familia-amiga. Por esa razón, y al no poder poner a la mesa ningún producto derivado del cerdo (por respeto a sus costumbres), yo asaba en esa oportunidad siempre un cordero, que era la predilección de doña Esther. Sobre la mesa navideña, alhajada con todos los motivos para la ocasión, había siempre una fuente de chinitos ( huevos duros rellenos, cortados y decorados de tal manera que parecían chinitos con sombrero y todo), la ensalada rusa ( papa, arvejas y zanahoria), los infaltables tomates rellenos de atún y mayonesa, ensaladas varias, frutos secos y alguna carne que siempre acompañaba en la parrilla al cordero de turno.
El hecho de ser yo judío, y mi mujer cristiana ( muy afín y apegada a las fiestas tradicionales, judías o no) le daba a esa mesa un tinte especial, pero que de los puramente cristianos –Coca y Zaira- las nueve restantes personas no lo fueran, lo hacía aún más destacable. Ecuménico le quedaba chico, como suele decirse. Era realmente la integración judeo-cristiana un hecho. Es cierto que anudada firmemente por viejos lazos de amistad. Conocí a mi amigo Meny a mis nueve años, y él conoció a Zaira a los dieciocho, y nosotros conocimos a la gringa a los “veintipico”, cuando vino de Londres a casarse con el uruguayo. Bueno, no será estrictamente un milagro, pero es milagroso, y así lo sentimos todos cada vez que nos reunimos otra vez.
La vida y sus circunstancias han achicado la populosa mesa, pero los que seguimos cerca, no faltamos a la convocatoria. Y otro milagro más para la lista: cerremos los ojos, recordemos lo que les contaba en “algo más que palabras”, rememoremos la foto que les subí de nuestra casa y entren, coman y beban. A las doce –porque es tradición- daremos rienda suelta al gozo, y en apretado abrazo nos desearemos (al mismo tiempo que acá) feliz navidad. Que así sea.


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