Pablo Neruda: La palabra

"…Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras… Las inesperadas… Las que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen…" de Pablo Neruda: LA PALABRA

5 mar 2013

RECUERDOS DE FAMILIA

No me senté en el sillón, en realidad me dejé caer en él. Estaba disfrutando la olvidada sensación de poder quedarme así y allí, en mi sillón favorito. Todos tienen alguno, o al menos eso creo.
Comprendido entre conocidos y contenedores apoyabrazos, con las piernas extendidas y los talones apoyados en la mesa baja que siempre estaba ahí, frente a la biblioteca, la lámpara de pie prendida a un costado, sentía  por sobre todas las cosas el silencio. Aquel silencio que apareció de golpe inundándolo todo.
Es que se fueron. Así como bulliciosos, y entremezclando saludos con valijas, bolsos y demás menesteres se instalaron, así, del mismo modo, se fueron, y la casa quedó muda, amplia, desolada casi, en paz.
No supe cuánto tiempo- ni había llevado la cuenta- que los espacios no eran míos, que las horas tampoco lo eran, y que yo no me administraba los silencios. Se compartía el compartir, y más que todos para uno, era uno para todos, pero así debía de ser, sin perder el sentido de familia, el afecto por el grupo, y la constante tarea ( que todos emprendíamos cada día) de andar con pie de plomo para conservar intacta la convivencia, tal lo planeado y pensado ya desde el verano pasado.
Lo bueno es que la casa lo permitía. En algunos aspectos era mas que amplia, y en otros, daba a duras penas algunas de las comodidades a las que todos estaban acostumbrados a disfrutar el resto del año en sus respectivas viviendas. Pero también, se producían como compartimientos estancos de los que se adueñaban sin previo aviso, y un día algunos estaban horas en el comedor, mientras otros se las pasaban en el jardín, junto a la piscina, o tele mediante, no salían del cuarto para nada. Alguna lógica, furtiva visita a la heladera y al microondas, iba acompañada por un casi inaudible "hola, viejo" que invariablemente respondía a mi saludo previo y el consabido ¿ qué tal ? durmieron bien? o algo por el estilo.
No lo podía yo tomar como malaeducación o, peor aún, como si yo no estuviese ahí. Era mas bien, la clara demostración de que a su manera, cada uno se sentía dueño de casa y era lo mismo si yo estaba en su radio visual, o no lo estaba.
Así, tanto así, que a veces terminaba yo el " bien, gracias" sin haber escuchado claramente la respuesta,  y así quedaban la cosas, con ganas de seguir hablando. Bueno, yo con las ganas, no sé ellos.
Y bien....¿ acaso hubiese sido mejor pasar ese tiempo solo ? . De modo alguno, y no tengo dudas . Se puede estar solo y acompañado a la vez, hay que saber hacerlo. Recuerdo muy a propósito una vez en que conversando con mi madre, ella se quejaba de que era una mujer sola, y yo, minimizando la cosa, le retrucaba que en realidad era viuda, no sola. Nunca supe si la había convencido realmente.
Vivir solo es una circunstancia, que depende de los avatares de la vida, en cambio, sentirse solo es una emoción interna contra la que pienso que hay que luchar, y eso hice con mis hijos todo este tiempo.
Ahora, apoltronado y pensando en ello, no puedo dejar de recordar mis tiempos mozos. No sé si hubiese tenido la valentía de pasar largo tiempo con mis padres, y menos de tener la audacia de atreverme a hacerlo con mi mujer e hijos. No, seguro que no, por alguna razón eso nunca pasó. En cambio ellos vienen todos los fines de año.Sí, recuerdo claramente aquella mañana en que la mesa del comedor estaba especialmente llena de platos y vasos, saldos de la cena de fin de año, y nada hacía parecer  que otro sino yo, estuviese predestinado a acomodarla. El resto de la familia dormía y comencé el día abriendo los postigones para dejar entrar el tibio sol de la mañ......ana.... y así, un brazo cayendo por el costado del sillón, la cariñosa manta a grandes cuadros cubriéndole las rodillas; a su lado una mesita con una taza a la que le quedaban todavía algunos sorbos por tomar, y entreabierta la ventana que daba al jardín, la duermevela se fué lentamente transformando en cómoda y placentera siesta.
Largo rato estuvo así, hasta que los ruidos que provenían de la cocina y del comedor le recordaron que estaban en preparativos para la festichola de la noche.
 El viejo se incorporó, se acomodó la bata de franela y guardó en el amplio bolsillo la foto de aquella noche de diciembre en familia, que todavía sostenía con su mano. Echó una nostálgica mirada al sillón de los recuerdos y rumbo al baño, comenzó a andar. Soy viudo, pensó, viudo, pero no solo.

                                                                                              Bernie.










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